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Pronombres

1. Introducción

Los pronombres (palabras como «yo», «ella», «esto» o «eso») presentan diversos rasgos que los convierten en expresiones de relevancia para la filosofía del lenguaje contemporánea. El presente artículo tiene como objeto analizar sus dos roles semánticos primordiales – el deíctico y el anafórico – y las principales propuestas que se han esbozado para dar cuenta de los mismos, así como mencionar algunas de las repercusiones de esta disputa sobre otros debates filosóficos.

2. Las semántica de los pronombres: las funciones anafórica exofórica

Una de las principales particularidades de los pronombres es su capacidad para ejercer dos roles semánticos claramente diferenciados. Por un lado, pueden ser usados para hablar de objetos o individuos contextualmente destacados, como en la oración siguiente:

(1) Ella es alta (dicho señalando a alguien).

Por otro lado, su valor semántico también puede depender de otros elementos de la oración, como en los siguientes ejemplos (donde dos elementos cualesquiera comparten subíndice cuando dependen semánticamente el uno del otro, en un sentido que aclaramos en la siguiente sección):

(2) [Cada uno de los estudiantes]i dijo que era éli quien había obtenido la mayor nota.

(3) Laurai dijo que ellai había vuelto a casa temprano.

(4) Todo granjero que tiene [un burro]i lei pega.

Su interpretación, en resumidas cuentas, puede depender o bien del contexto extralingüístico (función deíctica exofórica) o bien del lingüístico (función anafórica). Aunque existe cierta tendencia a considerar ambos roles como dos caras de la misma moneda, especialmente en el caso de las teorías que modelan los pronombres como variables, lo cierto es cada uno de estos usos ha generado su propia batería de rompecabezas filosóficos específicos. Pasemos, pues, a repasar algunos de los problemas centrales asociados a cada una de estas funciones.

2.1 La función exofórica: ¿fregeanismo o referencia directa?

Como acabamos de mencionar, un pronombre es usado exofóricamente si se emplea para hablar acerca de alguna entidad externa al discurso. El principal debate acerca de esta función versa sobre si los pronombres pueden ser usados para hablar directamente acerca de entidades (referencia directa) o si su contribución proposicional es algún tipo de contenido descriptivo que sirve para individuar a la entidad bajo discusión (fregeanismo). Consideremos, como ejemplo ilustrativo, una emisión de (1) acompañada de un gesto ostensivo hacia Isabel II. Valiéndonos de la concepción russelliana de las proposiciones como entidades estructuradas, podemos afirmar que la proposición expresada en este ejemplo sería, de acuerdo con los partidarios de la referencia directa, la que podemos representar como el par ordenado de (1a), que contiene al individuo referido como constituyente:

(1a) <Isabel II, ser alta>

Los fregeanos (Frege 1918), por su lado, sostendrían que la contribución del demostrativo vendría dada por un contenido descriptivo similar al representado en (1b):

(1b) <La mujer señalada, ser alta>

La teoría usualmente asumida como estándar es la referencia directa, prefigurada ya en la obra de Bertrand Russell (1911, 1948) y popularizada sobre todo a partir del trabajo de David Kaplan (1989a, 1989b). No obstante, las teorías fregeanas, que postulan que la contribución proposicional de un pronombre es alguna clase de contenido descriptivo, disponen de una importante ventaja inicial sobre sus competidoras. De acuerdo con la teoría de referencia directa, (1) expresa, en el contexto descrito, la misma proposición que una emisión de «Isabel II es alta». Ahora bien, las proposiciones suelen ser consideradas como el contenido de una oración: aquello aseverado por ella, lo que se aprende al comprenderla, el pensamiento que expresa. Y aquí radica la ya mencionada ventaja del descriptivismo: estas teorías son capaces de explicar la aparente diferencia de valor cognitivo entre dos enunciados como los siguientes:

(5a) Yo reiné tras la primera guerra carlista.

(5b) Isabel II reinó tras la primera guerra carlista.

Estos enunciados parecen expresar pensamientos muy distintos: si Isabel II quedara amnésica y acudiera a una lección de historia, podría llegar a aprender (5b) sin por ello tener que aceptar el pensamiento que expresaría mediante (5a). En este sentido, parece erróneo sostener, tal como lo harían los partidarios de la referencia directa, que ambos expresan el mismo contenido. Ejemplos como este, junto a otros casos análogos (Lewis 1979, Perry 1979), parecen indicar que la contribución proposicional de «yo» no es un mero individuo, sino más bien un modo de presentación del mismo, tal como postulan las aproximaciones fregeanas.

A pesar de este primer mérito, la idea de que la contribución proposicional de los pronombres es su contenido descriptivo ha sido sometida a críticas de gran calibre. Una teoría fregeana genérica señalaría como tautológico el siguiente enunciado (Kaplan 1989a):

(6) Él es el hombre señalado.

Dado que (6) parece estar expresando algo enteramente contingente, dicho enunciado no debería, en principio, contar con el estatus de tautología o de verdad analítica. Otro punto donde las teorías fregeanas flaquean es en la interacción entre pronombres y expresiones modales. Desde un punto de vista lingüístico, las proposiciones resultan interesantes porque son el objeto sobre el que operan los verbos de discurso indirecto como «creer» o «decir» o los adverbios modales como «quizá» o «necesariamente». Y, dado el estatus tautológico de (6), el fregeano se ve obligado a sostener que un enunciado como (6a), intuitivamente falso, expresa una verdad:

(6a) Necesariamente, él es el hombre señalado.

Este problema puede verse más claramente si consideramos los pronombres de primera persona. Una palabra como «yo»posee un contenido descriptivo que, a grandes rasgos y de forma muy simplificada, podemos representar como sigue:

(7) El emisor de esta proferencia.

Aunque un contenido como el representado en (7) pueda servir para modelar el significado de pronombres como el que aparece en (5a), donde el emisor asevera algo creído por él mismo, no podemos decir lo mismo de (8a), donde el pronombre aparece en discurso indirecto:

(8a) Sancho cree que fui yo quien envenenó los pastos.

Si tratamos (7) como el contenido del pronombre en cuestión, lo que obtenemos es la proposición en (8b), muy distinta de lo que (8a) parece estar expresando (entiéndase el significado de «creer» como una relación entre individuos y proposiciones):

(8b) <creer, Sancho, <el emisor de la proferencia, envenenar los pastos>>

Lo que esto muestra es que, de acuerdo con la teoría fregeana, la verdad de (8a) requiere que Sancho crea que hay alguien emitiendo proferencias y que dicha persona envenenó los pastos. Esta predicción es errónea, puesto que dicho enunciado puede ser verdadero sin necesidad de que Sancho sostenga creencia alguna acerca de proferencias o emisores: todo lo que la verdad de (8a) necesita es que Sancho crea, acerca de un determinado individuo, que envenenó los pastos, independientemente de otros rasgos contingentes del mismo. En este sentido, las teorías de la referencia directa parecen mejor encaminadas.

El contraste entre (5a) y (5b) sigue planteando, no obstante, cierta problemática para los partidarios de la referencia directa, y la respuesta estándar que estos teóricos suelen ofrecer consiste en relegar el valor cognitivo de un enunciado (lo que de él se aprende) a nivel de lo que Kaplan (1989a) llamó carácter. El carácter de una expresión es una regla semántica que determina su referente en cada contexto: dada una determinada situación de uso, el carácter de «yo»determina que dicha expresión tome como referente al emisor de la misma, mientras que el de «tú» hace lo propio con el receptor. A su vez, sin embargo, son estos individuos, y no el carácter, los que constituyen el contenido o contribución proposicional de los pronombres en cuestión, tal como requiere la teoría de la referencia directa. La idea de Kaplan (1989a, §XVIII), reafirmada entre otros por John Perry (1977), consistió en rechazar que el valor cognitivo de un enunciado estuviese ligado a su contenido proposicional; en su lugar, lo relegó al nivel de esa regla, el carácter, que determina su referente en cada contexto. De este modo, lograba explicar la diferencia entre (5a) y (5b) al tiempo que hacía justicia a la idea de que las expresiones modales como las que aparecen en (6a) u (8a), que toman como argumento el contenido proposicional, son incapaces de operar sobre la parte descriptiva del pronombre (Kaplan 1989a, §XX). Cabe mencionar, sin embargo, que el propio Kaplan rechazó más adelante la idea de que el carácter pudiera constituir el valor cognitivo de un enunciado (Kaplan 2012: 175). 

La solución kaplaniana ha sido criticada por diversas razones. Una crítica común es que esta propuesta rompe con el principio, tradicional desde la obra de Frege (1892), según la cual las proposiciones representan el pensamiento expresado por un enunciado; se quiebra, parafraseando a Philippe Schlenker (2003: 35), la unidad entre la contribución proposicional de una expresión y su valor cognitivo. Esto puede resultar problemático si tenemos en cuenta que una de las razones por las que se postuló una entidad teórica como las proposiciones fue, precisamente, para modelar creencias.

Las teorías fregeanas contemporáneas suelen postular que los verbos de discurso indirecto y otras expresiones modales sí que son capaces de actuar sobre el carácter de los pronombres (cf. Santorio 2012), rechazando así la idea central de Kaplan. A su vez, otras teorías que también podemos calificar de neofregeanas han tratado de recuperar la idea de que una única entidad puede ejercer a la vez los dos roles arriba mencionados –contribución proposicional y valor cognitivo– sin por ello tener que renunciar a la idea central de las teorías de la referencia directa según la cual las proposiciones expresadas por los enunciados con pronombres versan sobre individuos. Este es el caso de las teorías reflexivas (del inglés «token-reflexive», de difícil traducción), que postulan que la contribución de los pronombres al contenido proposicional es doble: tanto un individuo como un contenido descriptivo similar al representado en (7) (García-Carpintero 1998, Perry 1998, Corazza 2002, Korta y Perry 2011, de Ponte et al. 2020). Este último, sin embargo, no forma parte de la proposición principal expresada, y tampoco ocurre a nivel preproposicional como en la teoría kaplaniana, sino que tiene lugar en una proposición distinta que se comunica aparte, y que por ende permanece fuera del alcance de las expresiones modales que aparecen en la proposición principal. Por último, también hay teorías de corte fregeano que, complementando la noción de sentido con nociones epistemológicas relativas a la capacidad para seguir el rastro de un objeto, logran abordar los problemas planteados por Kaplan y Perry (cfr. Evans 1977).

2.2 La función anafórica: variables, asnos y pereza

La discusión sobre la función deíctica de los pronombres está filosóficamente muy cargada, dado que depende en gran medida de intuiciones y, además, se inmiscuye de pleno en cuestiones que trascienden el territorio estricto de la filosofía del lenguaje, pues son propias de la epistemología y la filosofía de la mente. La función anafórica ha suscitado un menor interés por parte de filósofos y, en cambio, ha sido profusamente tratada por lingüistas. Pese a ello, la discusión sobre la naturaleza de las relaciones anafóricas se halla estrechamente entrelazada con cuestiones que sí han recibido atención por parte de los filósofos del lenguaje y de la lógica, como la noción de variable, el funcionamiento de las descripciones definidas o la propia teoría de la referencia. En concreto, se han distinguido al menos tres clases de pronombres anafóricos (Geach 1962; Evans 1977a, 1980): los que funcionan como variables ligadas, los llamados pronombres de pereza y los que aparecen en las anáforas denominadas del burro y de discurso. Ya hemos proporcionado un ejemplo de cada uno de ellos:

(2) [Cada uno de los estudiantes]i dijo que era éli quien había obtenido la mayor nota.

(3) Laurai dijo que ellai había vuelto a casa temprano.

(4) Todo granjero que tiene [un burro]i lei pega.

Veamos en más detalle cada uno de estos tipos de anáfora.

2.2.1 El modelo de la variable ligada y su alcance: ¿son los pronombres de pereza realmente necesarios?

Tal como muestra (2), un pronombre como «él» es capaz de alternar usos referenciales con lecturas donde funciona de forma análoga a una variable ligada. Esta dualidad ha llevado a la mayoría de autores a asumir que los pronombres son, sencillamente, el equivalente en lenguaje natural de las variables de primer orden (Quine 1960: 134-137, Geach 1962, Kaplan 1989b, Heim y Kratzer 1998, Heim 2008, Kratzer 2009, Nowak 2019; véase también Frege 1903). De este modo, la relación que existiría entre (2) y (2a) sería equivalente a la que se da entre (2b), donde la variable aparece ligada, y(2c), donde permanece libre (entiéndase «decir» como una relación entre individuos y proposiciones, como la que representa «D»):

(2a) Él había obtenido la mejor nota

(2b) ∀x (Ex → D(x, Nx))

(2c) Nx

La anáfora en (3), en cambio, ha sido tradicionalmente analizada como un caso distinto al de la variable ligada, dado que el antecedente del pronombre no es un cuantificador capaz de ligarlo, sino un nombre propio. Por este motivo, lo habitual es tratar dicho pronombre como si fuera un simple suplente de su antecedente, es decir, una abreviatura empleada para evitar repetir dicha palabra –de ahí que las expresiones de esta clase fueran bautizadas como pronombres de pereza (Geach 1962)–. Y el análisis de este tipo de anáfora es el más sencillo de todos, pues basta con sustituir el pronombre por su antecedente:

(3a) Laurai dijo que Laurai había vuelto a casa temprano.

Este análisis tradicional ha sido aplicado a otros ejemplos donde el antecedente del pronombre no es un cuantificador sino un término singular, como un demostrativo complejo o, de acuerdo con algunos análisis (Strawson 1950), una descripción definida:

(9) [Aquel hombre]1 cree que alguien loi persigue ⟹ [Aquel hombre]i cree que alguien persigue [a aquel hombre]i

(10) [El rey de Francia]i cree que los jacobinos pretenden destronarloi ⟹ [El rey de Francia]i cree que los jacobinos pretenden destronar [al rey de Francia]i

Dicho análisis resulta inadecuado cuando el antecedente es un cuantificador. Claramente, (2d) no significa lo mismo que (2):

(2d) [Cada uno de los estudiantes]i dijo que era [cada uno de los estudiantes]i quien había obtenido la mayor nota.

Ahora bien, este modelo ha sido cuestionado recientemente. La razón es que los pronombres en (3), (9) y (10) son analizables como un mero caso de deixis, y parece por tanto innecesario postular un mecanismo adicional como la anáfora de pereza. Al contrario, basta con tratarlos como una variable libre cuyo referente es fijado contextualmente (Heim y Kratzer 1998: 240). Esta forma de entenderlos dispone además de una ventaja sobre su competidor, y es que, en ocasiones, entender dichos pronombres como variables es ineludible. Consideremos el siguiente ejemplo:

(11) Sánchez cree que todos votaron por él, y Casado también.

Una sucesión de oraciones como la de (11) da lugar a una ambigüedad: la segunda oración puede atribuir a Casado la creencia de que todos votaron por él mismo o la de que todos votaron por Sánchez, dependiendo de cómo resolvamos la elipsis. Si tratamos el pronombre «él» como una variable, podemos sostener que estas dos lecturas son el resultado de ligar dicha variable y de dejarla libre, respectivamente. Sin entrar en detalles, en los que el lector puede profundizar acudiendo a manuales como Heim y Kratzer (1998: §5 y §9) o Escandell-Vidal (2004, §7.7), tratar el pronombre como variable ligada daría como resultado que la primera oración de (11) expresase la siguiente proposición:

(11a) <Sánchez, ser un x que cree que todos votaron por x>

Las elipsis de predicado se resuelven atribuyendo al sujeto de la segunda oración la misma propiedad que le atribuimos al de la primera; en este caso, debemos atribuir a Casado la misma propiedad que a Sánchez. Y el resultado es correcto:

(11b) <Casado, ser un x que cree que todos votaron por x>

Ahora bien, los pronombres que ejercen de variables libres son exofóricos, esto es, su contribución proposicional consta de un individuo (o quizá un contenido descriptivo, si el análisis fregeano está en lo cierto). Esto quiere decir que, si el pronombre desempeña dicho rol, la propiedad atribuida a Sánchez será bien distinta:

(11c) <Sánchez, ser un x que cree que todos votaron por Sánchez>

Y, en consecuencia, también lo será la que le atribuyamos a Casado:

(11d) <Casado, ser un x que cree que todos votaron por Sánchez>

Estas cuestiones han arrojado sombras de duda acerca de la necesidad de postular la anáfora de pereza como un mecanismo diferenciado. El modelo que trata todos los pronombres como variables es más simple y se ha mostrado capaz de explicar todos los casos que caen bajo aquella, además de poder dar cuenta de ambigüedades como la de (11).

2.2.2 Covariación sin mando-c

Pese a todo lo señalado en la sección anterior, oraciones como (4) suelen ser vistas como un contraejemplo a la idea de que los pronombres siempre funcionan como variables (cf. Evans 1977a, 1977b, 1980):

(4) Todo granjero que tiene [un burro]i lei pega.

Para ver por qué, tratemos de traducir este enunciado a una fórmula de primer orden que respete, en la medida de lo posible, su forma sintáctica:

(4a) ∀x (Gx & ∃y (By & Txy) → Pxy)

En (4a), la última instancia de la variable queda fuera del alcance del cuantificador existencial; funciona, pues, como variable libre. Si deseamos mantener el análisis tradicional que trata a los pronombres como la contraparte natural de las variables de primer orden,  no nos queda otro remedio que imponer a oraciones como (4) una forma sintáctica muy distinta de la que presentan superficialmente:

(4b) ∀x (Gx → ∃y (By & Txy → Pxy))

Hay, por tanto, una falta de correspondencia entre la forma sintáctica del enunciado y su interpretación semántica. He aquí otro ejemplo que puede ayudar a entender este fenómeno:

(12) [Una mujer]i entró en la casa. Ellai iba silbando.

Como en el caso anterior, podemos optar por traducir este enunciado como (12a), que captura su significado pero no su forma sintáctica, o como (12b), donde la sintaxis de (12) es respetada pero la variable x, correspondiente al pronombre, queda fuera del alcance del cuantificador:

(12a) ∃x (Mx & Ex & Sx)

(12b) ∃x (Mx & Ex) & Sx

Casos como el de (4) ejemplifican la llamada anáfora del burro, que recibe dicho nombre precisamente porque su formulación original incluía enunciados como el que hemos empleado aquí. La anáfora de (12), en cambio, suele denominarse anáfora de discurso. Pese a esta disparidad de nomenclatura, ambos fenómenos acostumbran a ser discutidos en conjunto, dado que parecen instancias de un tipo más general de relación anafórica: la que ocurre siempre que un pronombre tiene como antecedente un cuantificador que no manda-c sobre él. Para entender en qué consiste la noción de mando-c, propia de la sintaxis generativista, consideremos los siguientes árboles sintácticos:

(3b)

(4c)

Informalmente, un constituyente α de una oración (cada uno de los nodos del árbol) manda-c sobre otro constituyente β si se dan dos condiciones: 1) que no sea posible llegar desde α hasta β avanzando solo en dirección descendente y 2) que desde el nodo inmediatamente superior a α sí sea posible llegar hasta β avanzando únicamente en dirección descendente. Un ejemplo de esto es la relación entre «Laura» y «ella» en (3b). Dado que debajo de «Laura» no hay nodo alguno, no es posible avanzar desde «Laura» hasta «ella» solamente en dirección descendente, satisfaciéndose así la primera condición; además, la segunda también se cumple, puesto que sí que es posible llegar hasta «ella» descendiendo desde el nodo «O», situado justo encima de «Laura». La relación de mando-c, en cambio, no se da entre el sintagma nominal «un burro» y el pronombre «le» en (4c). El motivo es que no es posible llegar a este último avanzando en dirección descendente desde el nodo inmediatamente superior al primero, el sintagma verbal «tiene un burro».

La ausencia de mando-c entre el antecedente cuantificado y el pronombre que de este depende es lo que diferencia la anáfora de (4)  de los casos más habituales en los que el pronombre sí funciona como una variable ligada. Y esto es exactamente lo que ocurre en (12), donde las expresiones relevantes, «una mujer» y «ella», ni siquiera ocurren en la misma oración. A este fenómeno se lo denomina, a veces, covariación sin mando-c (Elbourne 2005: 3), y la razón por la que resulta problemático es la asunción, estándar entre los lingüistas, según la cual un pronombre solamente puede interpretarse como una variable ligada en caso de que su antecedente mande-c sobre él (Reinhart 112-131).

El primer intento serio de proporcionar una interpretación sistemática de los pronombres como los que hallamos en (4) y(12) se lo debemos a Gareth Evans (1977a, 1977b), quien sostuvo que los pronombres en cuestión debían entenderse como un caso de deixis, con la peculiaridad de que su referencia debía fijarse a partir de una descripción definida obtenida a partir de su antecedente. A grandes rasgos, (4) y (12) deberían interpretarse como sigue, donde la descripción en negrita ha de ser entendida como un término referencial:

(4b) Todo granjero que tiene un burro pega al burro que tiene.

(12c) Una mujer entró en la sala. La mujer que entró en la sala iba silbando.

Cuando están sujetos a este tipo de interpretación, se dice que los pronombres son de tipo-E. Un análisis alternativo pero derivado de este es el que da a los pronombres en cuestión una interpretación de tipo-D (Heim 1990; Neale 1990a, 1990b). Este modelo resalta aun más la relevancia de las descripciones, puesto que priva a dichos pronombres de su carácter deíctico y sostiene que no son más que abreviaturas de las descripciones asociadas.

Frente a los análisis de tipo-E y tipo-D se alza, no obstante, otra familia de teorías que niega la centralidad de las descripciones en el análisis de la covariación sin mando-c: las aproximaciones dinámicas a los pronombres. Estas teorías, con frecuencia enmarcadas en el paradigma de la Teoría de la Representación del Discurso, acostumbran a tratar la función deíctica como básica, y explican los casos de covariación apelando a la capacidad de los antecedentes para modificar el contexto. De este modo, postulan un único tipo de interpretación semántica para todos los pronombres, independientemente del contexto lingüístico en el que se encuentren. Una teoría dinámica digna de especial mención es la Lógica Dinámica de Predicados, que modela todos los pronombres como variables a la vez que permite a los cuantificadores ligar variables que se encuentran más allá de su alcance sintáctico, dando como resultado que (12a) y (12b) sean sinónimas (Groenendijk y Stokhof 1991: 47-48).

3. Conclusiones y algunos cabos sueltos

Hay diversos motivos por los cuales los pronombres resultan relevantes para la filosofía, más allá de sus propiedades estrictamente lingüísticas. El correcto tratamiento de sus usos exofóricos, por ejemplo, constituye uno de los principales frentes de batalla en múltiples debates, como la cuestión del autoconocimiento o la disputa entre el descriptivismo y la referencia directa. Los usos anafóricos, por su parte, guardan relación con asuntos tan variados como la correcta interpretación de las descripciones definidas, la naturaleza de las variables o la propia deixis. Por cuestiones de espacio, sin embargo, hemos optado por dejar varios asuntos en el tintero, como la estrecha relación entre los pronombres logofóricos y la expresión del autoconocimiento (Castañeda 1966, 1967; Schlenker 2003; Gimeno-Simó 2018, 2020), los usos enfáticos de los demostrativos (Davis y Potts 2010, Potts y Schwarz 2010, Naruoka 2014) o las analogías entre pronombres y morfología verbal (Partee 1973). La razón para centrar nuestra atención en sus dos roles clásicos es que el resto de cuestiones que acabamos de mencionar pueden ser consideradas, en gran medida, como fenómenos derivados de alguna de sus funciones centrales, y por ende los debates aquí mencionados no serían sino un apéndice de los que sí nos hemos detenido a explicar con detalle.

Joan Gimeno-Simó
(Universitat de Vàlencia)

Referencias

 

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Gimeno-Simó, Joan (2021) “Pronombres”, Enciclopedia de la Sociedad Española de Filosofía Analítica (URL: http://www.sefaweb.es/pronombres/).

Contexto

He aquí una obviedad: conocer el contexto es clave para interpretar correctamente las palabras de alguien. A menudo necesitamos algo de contexto, o más contexto, para entender lo que se quiso decir, o malinterpretamos las citas sacadas de contexto, etc. Por ejemplo, si oímos a alguien decir «Esa película es muy buena», necesitamos saber a qué película está refiriendo. La dependencia contextual hace que la noción de contexto ocupe un lugar central en el análisis del significado y la comunicación.

La cuestión a la que se enfrenta la filosofía del lenguaje es la siguiente: dados los fenómenos lingüísticos que nos interesa explicar, ¿cómo podemos representar de manera precisa el contexto? En la actualidad conviven dos nociones principales. La primera representa el contexto como una secuencia de elementos o parámetros. La segunda, por el contrario, identifica el contexto con la información compartida por los interlocutores.

1. El contexto como secuencia de elementos

La primera concepción surge dentro del proyecto de definir una semántica composicional para el lenguaje natural. Utilizando semántica formal y, en concreto, teoría de modelos, Montague fue pionero en el análisis formal del significado en los lenguajes naturales e introdujo una semántica intensional. En una teoría semántica intensional, el significado, o valor semántico, se define como una intensión, esto es, una función de mundos posibles a extensiones. En el caso de un enunciado completo, el valor semántico será una función de mundos posibles a valores de verdad. Por ejemplo, el valor semántico de «Platón es un filósofo» es una función de mundos posibles a valores de verdad; esta función es verdadera en los mundos posibles en que Platón es un filósofo. A su vez, el valor de verdad del enunciado es relativo al mundo posible en que se evalúe. En el mundo real, el enunciado es verdadero, pero hay mundos posibles en los que es falso. Este tipo de teoría puede generalizarse para analizar la sensibilidad contextual. La idea básica es la siguiente. Del mismo modo que el valor de verdad de cualquier enunciado es relativo al mundo posible en que se evalúe, el valor de verdad de los enunciados que contienen deícticos («yo», «aquí», «ahora», etc.) es relativo a una serie de elementos: quién es el hablante, cuál es el lugar de proferencia, cuál es el momento de proferencia, etc.  Así, una intensión puede definirse como una función de una secuencia de elementos a valores de verdad. Esta secuencia de elementos, denominada índice, incluye todo aquello de lo que depende el valor de verdad del enunciado. Si, por ejemplo, estamos analizando un lenguaje con pronombres temporales, el índice incluirá un tiempo además de un mundo posible. Lenguajes con más tipos de expresiones sensibles al contexto requerirán índices más complejos. Por ejemplo, podemos entender el significado de «Ayer fui al parque» como una función de secuencias de tiempos, hablantes y mundos posibles a valores de verdad. De este modo, el análisis de la sensibilidad contextual queda integrado dentro de la semántica del lenguaje natural. El contexto, denominado índice, es representado como una secuencia de elementos (Lewis, 1970).

A pesar de sus ventajas, Kaplan (1989a) y Stalnaker (1970) mostraron que una teoría semántica como la anterior no es del todo satisfactoria. Un análisis adecuado de la semántica de los deícticos requiere distinguir dos tipos de significado: el significado lingüístico o convencional, común a todos los usos de un mismo enunciado, y el contenido o proposición expresado en cada uso. Un enunciado que contenga algún deíctico expresará contenidos diferentes en contextos diferentes. Por otra parte, dos enunciados diferentes pueden expresar el mismo contenido. Stalnaker da el siguiente ejemplo. O’Leary pregunta «¿[Tú] vas a ir a la fiesta?» y Daniels responde «Sí, [yo] voy a ir». Parece que hay aquí un contenido común a la pregunta y la respuesta (que Daniels va a ir a la fiesta). Sin embargo, este contenido no aparece por ninguna parte en el análisis anterior. Una semántica como la descrita anteriormente cuenta con una noción de significado lingüístico, pero no con una noción adicional de contenido o proposición expresada. Debido a ello, no tiene los recursos necesarios para identificar el contenido común que, en el ejemplo anterior, expresan enunciados con significados lingüísticos diferentes, esto es, el hecho de que mediante los pronombres «tú» y «yo», o las desinencias verbales correspondientes, O’Leary y Daniels refieren a la misma persona. El problema es que es precisamente este contenido el que tiene interés desde el punto de vista comunicativo. Con su proferencia, Daniels está respondiendo una pregunta y transmitiendo la información de que él, Daniels, va a ir a la fiesta. En la medida en que una teoría semántica tiene como objetivo contribuir a una teoría más general de la comunicación, debe proporcionar un contenido como resultado, y no solo un valor de verdad.

Este tipo de consideraciones, junto con ciertos problemas derivados de la imposibilidad de representar el funcionamiento de los operadores temporales y otras expresiones con un único índice, llevaron a la semántica bidimensional o de doble índice. En este tipo de teorías, la determinación del valor de verdad procede en dos pasos: primero se determina un contenido y, una vez que se tiene un contenido, se determina un valor de verdad. El índice se desdobla y se recupera una noción más intuitiva de contexto según la cual este tiene que ver con la determinación de lo que se dice (algo que queda oscurecido en la maquinaria de las teorías previas). En su influyente teoría semántica para deícticos y demostrativos, Kaplan (1989a) distingue carácter y contenido. El carácter, que correspondería con el significado lingüístico, se concibe como una función de contextos a contenidos. El contenido es a su vez una función de circunstancias de evaluación a extensiones (para enunciados, a valores de verdad). Esta distinción permite capturar aquello que es común a las proferencias de O’Leary y Daniels: en el contexto descrito, el contenido que expresa O’Leary al decir «Tú vas a venir a la fiesta» es el mismo que el que expresa la proferencia de Daniels de «Yo voy a ir a la fiesta».

De este modo, en el marco kaplaniano, el índice se divide en contexto y circunstancia de evaluación. El rol del contexto consiste en resolver la sensibilidad contextual, determinando un referente para deícticos y demostrativos y, con ello, lo que se dice con el enunciado en una ocasión de uso, el contenido expresado. El contexto se concibe como un cuádruplo de agente, lugar, tiempo y mundo (Kaplan, 1989a). Estos elementos, que se corresponden con el hablante, lugar, tiempo y mundo de proferencia, son objetivos, y proporcionan los referentes de expresiones como «yo», «aquí», «ahora» y «realmente». Se trata, por decirlo de algún modo, de un conjunto de factores extraídos de la situación concreta en la que tiene lugar la proferencia. Para dar cuenta de los demostrativos, Kaplan (1989b) añade a cada contexto un oyente o una secuencia de oyentes (referentes de «tú») y un objeto o secuencia de objetos (referentes de otros demostrativos, como «esto»). La circunstancia de evaluación, por su parte, tiene como función la determinación del valor de verdad. Incluye un mundo y un tiempo: el mundo y el tiempo en el que se evalúa si el contenido expresado es verdadero o falso. La razón para incluir un tiempo además de un mundo es poder dar cuenta de enunciados con operadores temporales. Así, los elementos que antes encontrábamos agrupados en un único índice se hallan ahora repartidos entre el contexto (si su trabajo es determinar el contenido) y la circunstancia de evaluación (si su trabajo es determinar un valor de verdad).

Si bien el interés de Kaplan reside en los deícticos y demostrativos, un análisis más amplio de la sensibilidad contextual en los lenguajes naturales requeriría incluir parámetros adicionales. Como ejemplo, Lewis (1980) incluye los estándares de precisión como un elemento más del contexto para poder dar cuenta de la semántica de expresiones como «hexagonal». Por otra parte, algunos autores han señalado la necesidad de incluir las intenciones del hablante entre aquellos factores que determinan el referente de deícticos y demostrativos. Perry (2012) distingue deícticos automáticos y discrecionales. Los deícticos automáticos son expresiones como «yo» u «hoy», cuyo referente queda fijado por hechos contextuales objetivos (hablante, día de proferencia). Por el contrario, en el caso de los deícticos discrecionales, como «aquí» o «ella», así como con los demostrativos, el referente parece depender, al menos parcialmente, de las intenciones del hablante o incluso de consideraciones acerca de qué es relevante en la situación de uso. «Aquí» refiere a un lugar, pero cuál sea ese lugar no está determinado de manera automática. Surge así la cuestión de si los contextos kaplanianos deben incluir las intenciones del hablante como un parámetro más (Stokke, 2010; Bach, 2012) y, de modo más general, de si una noción de contexto objetiva como esta puede dar cuenta de todas las formas de dependencia contextual.

Por último, cabe señalar que en algunas ocasiones se identifica el contexto con la situación de habla, en lugar de con una secuencia de elementos extraídos de la misma (por ejemplo, en Lewis, 1980). En esta línea, la semántica situacional de Barwise y Perry utiliza la noción de situación para explicar ciertos fenómenos de dependencia contextual, como la restricción del dominio de cuantificación (Barwise y Perry, 1983).

2. El contexto como trasfondo común

A diferencia de Kaplan, Stalnaker concibe el contexto como un cuerpo de información que se presupone compartido entre los interlocutores, el trasfondo común (common ground) (Stalnaker, 1978, 2002, 2014). De este modo, Stalnaker pone el énfasis en la información que manejan los interlocutores en lugar de en los hechos objetivos de la situación concreta de habla. La razón tiene que ver con la práctica comunicativa. Para que la comunicación sea exitosa, no basta con que haya factores contextuales que determinen el contenido de los enunciados sensibles al contexto. Más bien, la información necesaria para interpretar una proferencia debe ser accesible para los intérpretes. Siguiendo esta idea, Stalnaker concibe el contexto como un conjunto de proposiciones que los interlocutores presuponen que todos ellos comparten. Este conjunto de proposiciones determina un conjunto de mundos posibles (los mundos posibles compatibles con ese conjunto de proposiciones), denominado conjunto del contexto.

La idea intuitiva que apoya esta noción de contexto es la siguiente. En una conversación, los interlocutores presuponen, o dan por hecho, ciertas cosas. Podemos modelar aquello que se presupone como proposiciones. Por ejemplo, la proposición de que la conversación tiene lugar en tal o cual ciudad, que tal persona ha dicho tal cosa, etc. Pero los interlocutores no solo presuponen ciertas cosas, sino que además presuponen que los demás interlocutores presuponen esas mismas cosas. En este sentido, la actitud de presuponer una proposición es una actitud social. Si todo va bien y el contexto no es defectuoso, las proposiciones que cada interlocutor presupone coincidirán con las que presuponen los demás.

El trasfondo común puede definirse a partir de las actitudes proposicionales de los participantes en la conversación. Stalnaker (2002) identifica las presuposiciones del hablante con aquellas proposiciones que el hablante cree que son creencias comunes o mutuas y toma como base para el trasfondo común la noción de creencia común. En concreto, el trasfondo común está formado por las proposiciones que son creencias comunes para los interlocutores, esto es, las creencias que comparten y que reconocen que comparten. Al igual que el de presuposición, el concepto de creencia común tiene una estructura iterativa: una proposición p es una creencia común para un grupo si y solo si todos creen p, y todos creen que todos creen p, etc.

De acuerdo con Stalnaker, el contexto desempeña dos funciones que dan lugar a una interacción dinámica. Por un lado, guía la interpretación de las proferencias que tienen lugar durante la conversación. Dado que quién es el hablante, cuál es el lugar de proferencia, etc. suelen ser parte del trasfondo común, este puede contener la información necesaria para interpretar las expresiones sensibles al contexto. La información del contexto kaplaniano queda así integrada en esta segunda noción de contexto. Aún más, dado que el referente de los deícticos discrecionales y los demostrativos no parece quedar fijado únicamente por hechos objetivos, sino que depende de las intenciones del hablante o de qué es relevante, la noción de trasfondo común puede resultar más adecuada que la kaplaniana. Qué objetos o individuos son relevantes en un momento dado de la conversación puede ser parte de la información compartida por los interlocutores. Por otro lado, la proferencia misma afecta al contexto. Stalnaker considera el caso de la aseveración. Si todo va bien, lo que se dice mediante una aseveración pasa a formar parte del trasfondo común. El efecto de la aseveración es una reducción del conjunto del contexto: los mundos posibles incompatibles con lo que se ha dicho son eliminados (Stalnaker, 1978). Dentro de esta dinámica puede entenderse la conversación como una investigación en la que progresivamente se van reduciendo las alternativas hasta llegar a descubrir cómo es el mundo real.

Una aproximación similar a la dinámica conversacional puede hallarse en Lewis (1979). Estableciendo una analogía con un partido de baseball, Lewis concibe el contexto como un marcador conversacional. Hay una doble influencia entre el marcador y lo que ocurre en la conversación: el marcador refleja qué ha ocurrido en la conversación y, a su vez, influye en cómo se interpretan las nuevas proferencias y en qué proferencias  son correctas o aceptables.

3. Otras formas de dependencia contextual

Además de los deícticos y los demostrativos, otras muchas expresiones han sido consideradas sensibles al contexto: términos relacionales como «lejano», adjetivos que admiten gradación como «alto», predicados de gusto como «es divertido», cuantificadores como «todos», etc. Yendo un paso más allá, autores como Perry (1986) han defendido la existencia de constituyentes inarticulados, esto es, elementos que no aparecen de forma explícita en el enunciado pero que son necesarios para que exprese un contenido completo. Por ejemplo, el enunciado «Llueve» no contiene de manera explícita una referencia a un lugar. No obstante, para poder evaluar una proferencia de este enunciado como verdadera o falsa necesitaríamos determinar a qué lugar hace referencia. Así, el contenido de ese enunciado depende del contexto.

Tomando como guía el proceso interpretativo, Perry distingue cuatro niveles en los que recurrimos al contexto (Perry, 2012). En primer lugar, para interpretar una proferencia es necesario identificar el enunciado proferido: qué idioma se ha usado, cuál es la estructura sintáctica y cómo se resuelven las posibles ambigüedades léxicas y gramaticales. Se trata de un uso presemántico del contexto. El segundo paso es identificar el contenido de la proferencia. En caso de que haya expresiones sensibles al contexto (deícticos, demostrativos, adjetivos que admiten gradación, etc.) será necesario determinar cuál es su referente. Aquí podemos hablar de contexto semántico. En tercer lugar, cuando determinamos los constituyentes inarticulados hacemos un uso postsemántico del contexto. Perry denomina a este uso complementador de contenido. Finalmente, para interpretar qué intenta el hablante hacer con su proferencia, qué quiere transmitir más allá del significado convencional de sus palabras, hacemos un uso pragmático del contexto.

Generalizando aún más la dependencia contextual del lenguaje, contextualistas como Recanati (2004) sostienen que el significado de cualquier enunciado puede ser modulado, esto es, ajustado al contexto de uso. Así, «rojo» puede, en según qué contexto, significar «superficialmente rojo», «rojo en el interior», «con tinta roja», etc., dependiendo, entre otras cosas, de si estamos hablando de una manaza o un bolígrafo. De acuerdo con este enfoque, el contenido expresado por una proferencia depende del contexto de uso no solo en caso de que dicho enunciado contenga algún deíctico o demostrativo, sino de forma general. Esta forma generalizada de dependencia contextual hace difícil mantener una distinción estricta entre los usos semánticos y los usos postsemánticos del contexto.

En este punto puede ser interesante distinguir la función metafísica del contexto de su función epistémica. Como señala Bach (2005, 2012), el contexto puede desempeñar dos funciones: puede determinar en sentido metafísico el contenido, es decir, la proposición expresada por un enunciado en una ocasión de uso, sus condiciones de verdad, o puede proporcionar indicios o pistas para que el intérprete infiera o conjeture qué es lo que el hablante quiere decir, esto es, para averiguar el significado del hablante. Bach denomina contexto estrecho al contexto que tiene una función metafísica y contexto amplio al que tiene una función epistémica. De acuerdo con Bach, los fenómenos a los que alude Recanati no tienen que ver con la determinación del contenido de la proferencia en un sentido metafísico sino con averiguar qué es aquello que el hablante quiere decir. En este sentido, el contexto no determinaría (en sentido metafísico) el contenido de la proferencia, sino que englobaría aquella información y aquellas pistas a las que recurrimos para averiguar el significado del hablante. No obstante, la distinción entre función metafísica y función epistémica no está exenta de críticas (Recanati, 2013).

Claudia Picazo Jaque
(Universidad de Granada)

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Cómo citar esta entrada

Picazo, Claudia (2020): “Contexto”, Enciclopedia de la Sociedad Española de Filosofía Analítica (URL: http://www.sefaweb.es/contexto/).