Contexto

He aquí una obviedad: conocer el contexto es clave para interpretar correctamente las palabras de alguien. A menudo necesitamos algo de contexto, o más contexto, para entender lo que se quiso decir, o malinterpretamos las citas sacadas de contexto, etc. Por ejemplo, si oímos a alguien decir «Esa película es muy buena», necesitamos saber a qué película está refiriendo. La dependencia contextual hace que la noción de contexto ocupe un lugar central en el análisis del significado y la comunicación.

La cuestión a la que se enfrenta la filosofía del lenguaje es la siguiente: dados los fenómenos lingüísticos que nos interesa explicar, ¿cómo podemos representar de manera precisa el contexto? En la actualidad conviven dos nociones principales. La primera representa el contexto como una secuencia de elementos o parámetros. La segunda, por el contrario, identifica el contexto con la información compartida por los interlocutores.

1. El contexto como secuencia de elementos

La primera concepción surge dentro del proyecto de definir una semántica composicional para el lenguaje natural. Utilizando semántica formal y, en concreto, teoría de modelos, Montague fue pionero en el análisis formal del significado en los lenguajes naturales e introdujo una semántica intensional. En una teoría semántica intensional, el significado, o valor semántico, se define como una intensión, esto es, una función de mundos posibles a extensiones. En el caso de un enunciado completo, el valor semántico será una función de mundos posibles a valores de verdad. Por ejemplo, el valor semántico de «Platón es un filósofo» es una función de mundos posibles a valores de verdad; esta función es verdadera en los mundos posibles en que Platón es un filósofo. A su vez, el valor de verdad del enunciado es relativo al mundo posible en que se evalúe. En el mundo real, el enunciado es verdadero, pero hay mundos posibles en los que es falso. Este tipo de teoría puede generalizarse para analizar la sensibilidad contextual. La idea básica es la siguiente. Del mismo modo que el valor de verdad de cualquier enunciado es relativo al mundo posible en que se evalúe, el valor de verdad de los enunciados que contienen deícticos («yo», «aquí», «ahora», etc.) es relativo a una serie de elementos: quién es el hablante, cuál es el lugar de proferencia, cuál es el momento de proferencia, etc.  Así, una intensión puede definirse como una función de una secuencia de elementos a valores de verdad. Esta secuencia de elementos, denominada índice, incluye todo aquello de lo que depende el valor de verdad del enunciado. Si, por ejemplo, estamos analizando un lenguaje con pronombres temporales, el índice incluirá un tiempo además de un mundo posible. Lenguajes con más tipos de expresiones sensibles al contexto requerirán índices más complejos. Por ejemplo, podemos entender el significado de «Ayer fui al parque» como una función de secuencias de tiempos, hablantes y mundos posibles a valores de verdad. De este modo, el análisis de la sensibilidad contextual queda integrado dentro de la semántica del lenguaje natural. El contexto, denominado índice, es representado como una secuencia de elementos (Lewis, 1970).

A pesar de sus ventajas, Kaplan (1989a) y Stalnaker (1970) mostraron que una teoría semántica como la anterior no es del todo satisfactoria. Un análisis adecuado de la semántica de los deícticos requiere distinguir dos tipos de significado: el significado lingüístico o convencional, común a todos los usos de un mismo enunciado, y el contenido o proposición expresado en cada uso. Un enunciado que contenga algún deíctico expresará contenidos diferentes en contextos diferentes. Por otra parte, dos enunciados diferentes pueden expresar el mismo contenido. Stalnaker da el siguiente ejemplo. O’Leary pregunta «¿[Tú] vas a ir a la fiesta?» y Daniels responde «Sí, [yo] voy a ir». Parece que hay aquí un contenido común a la pregunta y la respuesta (que Daniels va a ir a la fiesta). Sin embargo, este contenido no aparece por ninguna parte en el análisis anterior. Una semántica como la descrita anteriormente cuenta con una noción de significado lingüístico, pero no con una noción adicional de contenido o proposición expresada. Debido a ello, no tiene los recursos necesarios para identificar el contenido común que, en el ejemplo anterior, expresan enunciados con significados lingüísticos diferentes, esto es, el hecho de que mediante los pronombres «tú» y «yo», o las desinencias verbales correspondientes, O’Leary y Daniels refieren a la misma persona. El problema es que es precisamente este contenido el que tiene interés desde el punto de vista comunicativo. Con su proferencia, Daniels está respondiendo una pregunta y transmitiendo la información de que él, Daniels, va a ir a la fiesta. En la medida en que una teoría semántica tiene como objetivo contribuir a una teoría más general de la comunicación, debe proporcionar un contenido como resultado, y no solo un valor de verdad.

Este tipo de consideraciones, junto con ciertos problemas derivados de la imposibilidad de representar el funcionamiento de los operadores temporales y otras expresiones con un único índice, llevaron a la semántica bidimensional o de doble índice. En este tipo de teorías, la determinación del valor de verdad procede en dos pasos: primero se determina un contenido y, una vez que se tiene un contenido, se determina un valor de verdad. El índice se desdobla y se recupera una noción más intuitiva de contexto según la cual este tiene que ver con la determinación de lo que se dice (algo que queda oscurecido en la maquinaria de las teorías previas). En su influyente teoría semántica para deícticos y demostrativos, Kaplan (1989a) distingue carácter y contenido. El carácter, que correspondería con el significado lingüístico, se concibe como una función de contextos a contenidos. El contenido es a su vez una función de circunstancias de evaluación a extensiones (para enunciados, a valores de verdad). Esta distinción permite capturar aquello que es común a las proferencias de O’Leary y Daniels: en el contexto descrito, el contenido que expresa O’Leary al decir «Tú vas a venir a la fiesta» es el mismo que el que expresa la proferencia de Daniels de «Yo voy a ir a la fiesta».

De este modo, en el marco kaplaniano, el índice se divide en contexto y circunstancia de evaluación. El rol del contexto consiste en resolver la sensibilidad contextual, determinando un referente para deícticos y demostrativos y, con ello, lo que se dice con el enunciado en una ocasión de uso, el contenido expresado. El contexto se concibe como un cuádruplo de agente, lugar, tiempo y mundo (Kaplan, 1989a). Estos elementos, que se corresponden con el hablante, lugar, tiempo y mundo de proferencia, son objetivos, y proporcionan los referentes de expresiones como «yo», «aquí», «ahora» y «realmente». Se trata, por decirlo de algún modo, de un conjunto de factores extraídos de la situación concreta en la que tiene lugar la proferencia. Para dar cuenta de los demostrativos, Kaplan (1989b) añade a cada contexto un oyente o una secuencia de oyentes (referentes de «tú») y un objeto o secuencia de objetos (referentes de otros demostrativos, como «esto»). La circunstancia de evaluación, por su parte, tiene como función la determinación del valor de verdad. Incluye un mundo y un tiempo: el mundo y el tiempo en el que se evalúa si el contenido expresado es verdadero o falso. La razón para incluir un tiempo además de un mundo es poder dar cuenta de enunciados con operadores temporales. Así, los elementos que antes encontrábamos agrupados en un único índice se hallan ahora repartidos entre el contexto (si su trabajo es determinar el contenido) y la circunstancia de evaluación (si su trabajo es determinar un valor de verdad).

Si bien el interés de Kaplan reside en los deícticos y demostrativos, un análisis más amplio de la sensibilidad contextual en los lenguajes naturales requeriría incluir parámetros adicionales. Como ejemplo, Lewis (1980) incluye los estándares de precisión como un elemento más del contexto para poder dar cuenta de la semántica de expresiones como «hexagonal». Por otra parte, algunos autores han señalado la necesidad de incluir las intenciones del hablante entre aquellos factores que determinan el referente de deícticos y demostrativos. Perry (2012) distingue deícticos automáticos y discrecionales. Los deícticos automáticos son expresiones como «yo» u «hoy», cuyo referente queda fijado por hechos contextuales objetivos (hablante, día de proferencia). Por el contrario, en el caso de los deícticos discrecionales, como «aquí» o «ella», así como con los demostrativos, el referente parece depender, al menos parcialmente, de las intenciones del hablante o incluso de consideraciones acerca de qué es relevante en la situación de uso. «Aquí» refiere a un lugar, pero cuál sea ese lugar no está determinado de manera automática. Surge así la cuestión de si los contextos kaplanianos deben incluir las intenciones del hablante como un parámetro más (Stokke, 2010; Bach, 2012) y, de modo más general, de si una noción de contexto objetiva como esta puede dar cuenta de todas las formas de dependencia contextual.

Por último, cabe señalar que en algunas ocasiones se identifica el contexto con la situación de habla, en lugar de con una secuencia de elementos extraídos de la misma (por ejemplo, en Lewis, 1980). En esta línea, la semántica situacional de Barwise y Perry utiliza la noción de situación para explicar ciertos fenómenos de dependencia contextual, como la restricción del dominio de cuantificación (Barwise y Perry, 1983).

2. El contexto como trasfondo común

A diferencia de Kaplan, Stalnaker concibe el contexto como un cuerpo de información que se presupone compartido entre los interlocutores, el trasfondo común (common ground) (Stalnaker, 1978, 2002, 2014). De este modo, Stalnaker pone el énfasis en la información que manejan los interlocutores en lugar de en los hechos objetivos de la situación concreta de habla. La razón tiene que ver con la práctica comunicativa. Para que la comunicación sea exitosa, no basta con que haya factores contextuales que determinen el contenido de los enunciados sensibles al contexto. Más bien, la información necesaria para interpretar una proferencia debe ser accesible para los intérpretes. Siguiendo esta idea, Stalnaker concibe el contexto como un conjunto de proposiciones que los interlocutores presuponen que todos ellos comparten. Este conjunto de proposiciones determina un conjunto de mundos posibles (los mundos posibles compatibles con ese conjunto de proposiciones), denominado conjunto del contexto.

La idea intuitiva que apoya esta noción de contexto es la siguiente. En una conversación, los interlocutores presuponen, o dan por hecho, ciertas cosas. Podemos modelar aquello que se presupone como proposiciones. Por ejemplo, la proposición de que la conversación tiene lugar en tal o cual ciudad, que tal persona ha dicho tal cosa, etc. Pero los interlocutores no solo presuponen ciertas cosas, sino que además presuponen que los demás interlocutores presuponen esas mismas cosas. En este sentido, la actitud de presuponer una proposición es una actitud social. Si todo va bien y el contexto no es defectuoso, las proposiciones que cada interlocutor presupone coincidirán con las que presuponen los demás.

El trasfondo común puede definirse a partir de las actitudes proposicionales de los participantes en la conversación. Stalnaker (2002) identifica las presuposiciones del hablante con aquellas proposiciones que el hablante cree que son creencias comunes o mutuas y toma como base para el trasfondo común la noción de creencia común. En concreto, el trasfondo común está formado por las proposiciones que son creencias comunes para los interlocutores, esto es, las creencias que comparten y que reconocen que comparten. Al igual que el de presuposición, el concepto de creencia común tiene una estructura iterativa: una proposición p es una creencia común para un grupo si y solo si todos creen p, y todos creen que todos creen p, etc.

De acuerdo con Stalnaker, el contexto desempeña dos funciones que dan lugar a una interacción dinámica. Por un lado, guía la interpretación de las proferencias que tienen lugar durante la conversación. Dado que quién es el hablante, cuál es el lugar de proferencia, etc. suelen ser parte del trasfondo común, este puede contener la información necesaria para interpretar las expresiones sensibles al contexto. La información del contexto kaplaniano queda así integrada en esta segunda noción de contexto. Aún más, dado que el referente de los deícticos discrecionales y los demostrativos no parece quedar fijado únicamente por hechos objetivos, sino que depende de las intenciones del hablante o de qué es relevante, la noción de trasfondo común puede resultar más adecuada que la kaplaniana. Qué objetos o individuos son relevantes en un momento dado de la conversación puede ser parte de la información compartida por los interlocutores. Por otro lado, la proferencia misma afecta al contexto. Stalnaker considera el caso de la aseveración. Si todo va bien, lo que se dice mediante una aseveración pasa a formar parte del trasfondo común. El efecto de la aseveración es una reducción del conjunto del contexto: los mundos posibles incompatibles con lo que se ha dicho son eliminados (Stalnaker, 1978). Dentro de esta dinámica puede entenderse la conversación como una investigación en la que progresivamente se van reduciendo las alternativas hasta llegar a descubrir cómo es el mundo real.

Una aproximación similar a la dinámica conversacional puede hallarse en Lewis (1979). Estableciendo una analogía con un partido de baseball, Lewis concibe el contexto como un marcador conversacional. Hay una doble influencia entre el marcador y lo que ocurre en la conversación: el marcador refleja qué ha ocurrido en la conversación y, a su vez, influye en cómo se interpretan las nuevas proferencias y en qué proferencias  son correctas o aceptables.

3. Otras formas de dependencia contextual

Además de los deícticos y los demostrativos, otras muchas expresiones han sido consideradas sensibles al contexto: términos relacionales como «lejano», adjetivos que admiten gradación como «alto», predicados de gusto como «es divertido», cuantificadores como «todos», etc. Yendo un paso más allá, autores como Perry (1986) han defendido la existencia de constituyentes inarticulados, esto es, elementos que no aparecen de forma explícita en el enunciado pero que son necesarios para que exprese un contenido completo. Por ejemplo, el enunciado «Llueve» no contiene de manera explícita una referencia a un lugar. No obstante, para poder evaluar una proferencia de este enunciado como verdadera o falsa necesitaríamos determinar a qué lugar hace referencia. Así, el contenido de ese enunciado depende del contexto.

Tomando como guía el proceso interpretativo, Perry distingue cuatro niveles en los que recurrimos al contexto (Perry, 2012). En primer lugar, para interpretar una proferencia es necesario identificar el enunciado proferido: qué idioma se ha usado, cuál es la estructura sintáctica y cómo se resuelven las posibles ambigüedades léxicas y gramaticales. Se trata de un uso presemántico del contexto. El segundo paso es identificar el contenido de la proferencia. En caso de que haya expresiones sensibles al contexto (deícticos, demostrativos, adjetivos que admiten gradación, etc.) será necesario determinar cuál es su referente. Aquí podemos hablar de contexto semántico. En tercer lugar, cuando determinamos los constituyentes inarticulados hacemos un uso postsemántico del contexto. Perry denomina a este uso complementador de contenido. Finalmente, para interpretar qué intenta el hablante hacer con su proferencia, qué quiere transmitir más allá del significado convencional de sus palabras, hacemos un uso pragmático del contexto.

Generalizando aún más la dependencia contextual del lenguaje, contextualistas como Recanati (2004) sostienen que el significado de cualquier enunciado puede ser modulado, esto es, ajustado al contexto de uso. Así, «rojo» puede, en según qué contexto, significar «superficialmente rojo», «rojo en el interior», «con tinta roja», etc., dependiendo, entre otras cosas, de si estamos hablando de una manaza o un bolígrafo. De acuerdo con este enfoque, el contenido expresado por una proferencia depende del contexto de uso no solo en caso de que dicho enunciado contenga algún deíctico o demostrativo, sino de forma general. Esta forma generalizada de dependencia contextual hace difícil mantener una distinción estricta entre los usos semánticos y los usos postsemánticos del contexto.

En este punto puede ser interesante distinguir la función metafísica del contexto de su función epistémica. Como señala Bach (2005, 2012), el contexto puede desempeñar dos funciones: puede determinar en sentido metafísico el contenido, es decir, la proposición expresada por un enunciado en una ocasión de uso, sus condiciones de verdad, o puede proporcionar indicios o pistas para que el intérprete infiera o conjeture qué es lo que el hablante quiere decir, esto es, para averiguar el significado del hablante. Bach denomina contexto estrecho al contexto que tiene una función metafísica y contexto amplio al que tiene una función epistémica. De acuerdo con Bach, los fenómenos a los que alude Recanati no tienen que ver con la determinación del contenido de la proferencia en un sentido metafísico sino con averiguar qué es aquello que el hablante quiere decir. En este sentido, el contexto no determinaría (en sentido metafísico) el contenido de la proferencia, sino que englobaría aquella información y aquellas pistas a las que recurrimos para averiguar el significado del hablante. No obstante, la distinción entre función metafísica y función epistémica no está exenta de críticas (Recanati, 2013).

Claudia Picazo Jaque
(Universidad de Granada)

Referencias

  • Bach, K. (2005): “Context ex Machina” en Szabó Gendler, Z. ed., Semantics versus Pragmatics, Oxford, Clarendon Press, pp. 15-44.
  • — (2012): “Context Dependence” en García-Carpintero, M. y M. Kölbel, eds., The Continuum Companion to the Philosophy of Language, Continuum International.
  • Barwise, J. y J. Perry (1983): Situations and Attitudes, MIT Press.
  • Kaplan, D. (1989a): “Demonstratives” en Almog, J., J. Perry y H. Wettstein, eds., Themes From Kaplan, Oxford University Press, Oxford, pp. 481-563.
  • — (1989b): “Afterthoughts” en Almog, J., J. Perry y H. Wettstein, eds., Themes From Kaplan, Oxford University Press, Oxford, pp. 481-563.
  • Lewis, D. (1970): “General semantics”, Synthese, 22(1-2), pp.18-67.
  • — (1980): “Index, context, and content” en Kanger, S. y S. Öhman, eds., Philosophy and Grammar, Reidel, pp. 79-100.
  • Perry, J. (1986): “Thought without representation”, Proceedings of the Aristotelian Society, 60(1), pp. 137-151.
  • — (2012): Reference and Reflexivity, Stanford, CSLI Publications. 2ª ed., [ Perry, J. (2006): Referencialismo crítico. La teoría reflexivo-referencial del significado, trad. por Kepa Korta, Rodrigo Agerri, CSLI Publications].
  • Recanati, F. (2004): Literal Meaning, Cambridge University Press, Cambridge. [Recanati, F. (2006): El significado literal, trad. por. François Récanati, Madrid, Antonio Machado Libros].
  • — (2013): Reply to Devitt. Teorema: International Journal of Philosophy 32(2), pp. 103-107.
  • Stalnaker, R. (1970): “Pragmatics”, Synthese 22(1-2), pp. 272-289.
  • — (1978): “Assertion”, Syntax and Semantics, 9, pp. 315-332.
  • — (2002): “Common ground”, Linguistics and Philosophy 25(5-6), pp. 701-721.
  • — (2014): Context, Oxford, Oxford University Press.
  • Stokke, S. (2010): “Intention-sensitive semantics”, Synthese 175(3), pp. 383-404.
Cómo citar esta entrada

Picazo, Claudia (2020): “Contexto”, Enciclopedia de la Sociedad Española de Filosofía Analítica (URL: http://www.sefaweb.es/contexto/).

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