Razones para actuar

¿Por qué mientes siempre? ¿Huck Finn debería haber delatado a Jim? ¿Por qué vende su coche? Las preguntas sobre las razones que tenemos para algo y, en particular, por las razones para actuar son parte de las preguntas más frecuentes que como humanos nos hacemos. La mayoría de los filósofos contemporáneos, en sus intentos por comprender la naturaleza de tales razones, parten de la distinción entre dos tipos de razones para actuar: las razones “normativas”; razones que, a grandes rasgos, cuentan a favor de una acción, o la justifican, desde el punto de vista de un observador bien informado e imparcial, y las razones “motivadoras”; que, también a grandes rasgos, son razones que el “agente” (la persona que actúa) considera que cuentan a favor de una acción o la justifican y que guían su actuación. Pero hay, además, razones “explicativas”: razones que explican una acción sin necesariamente justificarla o sin motivar al agente.

Esta entrada examina las distintas formas en las que los filósofos han explicado los diversos tipos de razones y sus interconexiones, así como los desacuerdos que existen entre ellos en estas cuestiones.

1. La variedad de las razones

Los seres humanos deliberamos sobre lo que hacer y cómo hacerlo, y a menudo actuamos a la luz de razones que, por tanto, pueden explicar nuestras acciones e incluso justificarlas. Como mencionábamos en la introducción, en los debates contemporáneos se suele distinguir entre razones normativas y motivadoras. Jonathan Dancy (2000) sugiere que la distinción entre diferentes tipos de razón se entiende mejor como una distinción entre las preguntas que podemos hacer sobre ellas (Baier 1958). Según él, existe una única noción de razón que se utiliza para responder a preguntas distintas: podemos preguntarnos, por una parte, si hay alguna razón para que alguien haga algo (normativa) y, por otra, cuál es la razón por la que alguien hace algo (motivadora). En cada caso, centramos nuestra atención en cuestiones o de justificación, o de motivación.

Si esta propuesta es correcta, lo más probable es que el panorama sea más complejo de lo que sugiere la dicotomía entre “normativo y motivador”, ya que parece que podemos hacernos al menos tres preguntas distintas sobre la relación entre razones y acciones: preguntas acerca de si existe una razón que cuenta a favor de la acción de alguien, preguntas acerca de qué razón motiva a alguien a actuar y también preguntas acerca de qué razones explican su acción.

Consideremos el comportamiento de Otelo en la obra de Shakespeare de ese mismo nombre. Otelo mata a Desdémona porque cree, inducido por Yago, que ella le ha sido infiel. La tragedia, sin embargo, es que Desdémona es inocente. Es evidente que no hay ninguna razón que justifique el asesinato (ninguna razón normativa). Pero hay dos cosas que podemos decir sobre la razón para actuar de Otelo y su acción. Lo primero es que Otelo se ve motivado a matar a Desdémona por el (supuesto) hecho de que Desdémona ha sido infiel. Lo segundo es que podemos explicar su acción de matarla haciendo referencia al hecho de que él cree que Desdémona ha sido infiel. Parece que tenemos dos razones diferentes: una razón que explica la acción de Otelo (el hecho de que cree que Desdémona ha sido infiel) y una razón que lo motiva a actuar (la supuesta infidelidad). Examinaremos más adelante las razones por las que no debemos pensar que la razón motivadora de Otelo es simplemente el hecho de que cree que Desdémona ha sido infiel y qué consecuencias tiene esto para la clasificación de tipos de razones.

Hasta hace poco, se pensaba que la distinción entre diferentes tipos de razones implicaba que cada razón era de naturaleza distinta. Las razones normativas se concebían como hechos y, como tales, se las consideraba independientes de la mente. Por el contrario, las razones motivadoras y explicativas se concebían como estados mentales de los agentes y, por tanto, como entidades que dependen de que alguien piense o crea ciertas cosas (Audi, 2001 y Mele, 2003). En los últimos años, sin embargo, esta suposición ha sido cuestionada, dando lugar a una serie de disputas sobre la ontología de las razones, es decir, disputas en torno a qué tipo de cosa o cosas son las razones. Mientras examinamos los diferentes tipos de razones, encontraremos algunos de estos debates ontológicos.

2. Razones normativas

Decimos que una razón es “normativa” porque cuenta a favor de la actuación de alguien o, en términos de justificación, porque justifica o hace que sea correcto que alguien actúe de cierta manera. Por ello, se denominan también “razones justificativas”. El término “razón normativa” deriva de la idea de que existen normas o principios que prescriben acciones: hacen que sea correcto o incorrecto hacer ciertas cosas. Por ejemplo, la razón que hace que sea correcto estrechar la mano de alguien que conocemos por primera vez en el Reino Unido es el hecho de que hay una norma de etiqueta que así lo prescribe.

Existe un cierto consenso en torno a la idea de que las razones normativas son hechos (Raz, 1975 y Scanlon, 1998), aunque el consenso no es universal. Por ejemplo, John Mackie (1977) argumenta que no hay hechos morales ya que, si los hubiese, tendrían que ser objetivos y motivar necesariamente a quienes los conocen, lo cual, según él, es totalmente inverosímil. Si está en lo cierto, entonces las razones morales no son razones normativas o, al menos, las razones morales (que son normativas) no son hechos.

Entre quienes sostienen que las razones normativas son hechos, algunos consideran que los hechos son proposiciones verdaderas y, por tanto, que las razones normativas también lo son (Darwall, 1983; Smith, 1994 y Scanlon, 1998). Otros rechazan la idea de que las razones normativas puedan ser proposiciones verdaderas. Dancy (2000), por ejemplo, sostiene que mientras que las proposiciones son abstractas y representacionales (representan cómo es el mundo), las razones deben ser concretas y no representacionales (son maneras en que el mundo es). Aunque estos problemas son complejos no podemos, y tal vez no necesitemos, resolverlos aquí, pues la idea de que las razones normativas son hechos implica generalmente una noción de hechos poco exigente.

Hay menos consenso en torno a lo que fundamenta la capacidad de las razones normativas para justificar acciones, es decir, para hacer que cierta acción sea la correcta. Una propuesta es que la normatividad de tales razones depende de la bondad, intrínseca o instrumental, de hacer lo que las razones dictan (Aristóteles, Anscombe, 1957 y Dancy, 2000) mientras que otros enfoques fundamentan dicha normatividad en el concepto de racionalidad (Korsgaard, 1996; Smith, 1994 y Gert, 2004). Una propuesta diferente afirma que la normatividad de las razones se basa en su relación con nuestros deseos: si hay o no razón para hacer algo depende en última instancia de los deseos y las motivaciones de quien realiza la acción (Williams, 1979 y 1989; Schroeder, 2008 y Goldman, 2009).

El hecho de que algo sea una razón normativa para actuar suele considerarse un hecho “relacional”: consiste en una relación entre un hecho, un agente y un tipo de acción. La relación es la de “ser una razón para” (Raz, 1975; Dancy, 2004 y Cuneo, 2007). Por ejemplo, el hecho de que una persona haya ingerido un veneno letal puede ser una razón para que los paramédicos den a esa persona un antídoto. Esta visión proporciona un sentido mínimo en el que las razones normativas son “relativas al agente” (relacionan a los agentes con las razones). No obstante, hacer relativas las razones al agente plantea preguntas sobre las condiciones que determinan cuándo una razón para actuar se aplica a un agente en particular.

Entre otras cosas, plantean la cuestión de si las razones dependen de los conocimientos y las creencias de los agentes. Otelo, por un lado, no parece tener una razón para matar a Desdémona y la razón que él cree que tiene (que ella ha sido infiel) no es en absoluto razón alguna. Por otro lado, parecería que, desde su perspectiva, Otelo tiene una razón para hacer lo que hace porque cree que Desdémona ha sido infiel y que debe restaurar su reputación con su muerte.

Podemos intentar resolver esta tensión diciendo que Otelo no tiene ninguna razón normativa para matar a Desdémona pero que la falsedad que cree constituye una razón motivadora (Smith, 1994 y Dancy, 2000). Algunos hablan de razones normativas “objetivas” y “subjetivas”, de modo que Otelo tendría una razón normativa subjetiva pero no objetiva para matar a Desdémona (Schroeder, 2008). Estas posiciones son “objetivistas” en el sentido de que presuponen que si un agente tiene una razón normativa (objetiva) para actuar ello depende únicamente de los hechos y no de sus creencias (Williams, 1979). Los “perspectivistas”, por el contrario, afirman que el que alguien tenga una razón normativa para hacer algo no es independiente de su perspectiva, la cual incluye sus creencias (Fantl y McGrath, 2009 y Gibbons, 2010).

Los perspectivistas defienden su posición apelando a la racionalidad: los agentes se encuentran a menudo en situaciones en las que no conocen todos los hechos relevantes y, sin embargo, hacen lo que es razonable o racional desde su perspectiva. En relación con la justificación se articulan argumentos similares: aunque la justificación de una acción depende de si hay razones que la justifiquen, hay casos en los que una acción estaría justificada a pesar de que existan razones concluyentes en contra de hacerlo – y estaría justificada precisamente porque el agente no conoce esas razones. Por ejemplo, el hecho de que una tarta esté envenenada es una razón concluyente para no ofrecerla a unos invitados, pero la acción de ofrecerla podría estar justificada, dice el perspectivista, si el agente no sabe que está envenenada.

Un objetivista puede admitir que un agente que actúa según su perspectiva epistémica guiado por una falsa creencia actúa racionalmente, pero negar que ello implique que el agente actúe por razones normativas. Actuar racionalmente puede requerir solamente actuar de una manera que sea consistente con las propias creencias, siempre y cuando éstas sean racionales. Esta respuesta podría basarse, por ejemplo, en la concepción de la racionalidad de Derek Parfit (2001), que requiere actuar guiado por razones reales o aparentes.

En cuanto a la justificación de la acción, el objetivista puede negar que las acciones de los agentes que actúan en ignorancia o guiados por una creencia equivocada estén justificadas. La justificación de la acción sólo depende de si hay hechos que hacen que dicha acción sea correcta. Así que, en el ejemplo anterior, la acción de ofrecer la tarta envenenada a los invitados no está justificada: no hay ninguna razón normativa que haga que sea lo correcto, independientemente de lo que el agente sepa o crea. Otra cuestión, dirá el objetivista, es si un agente que hace algo incorrecto debido a sus creencias falsas o a su ignorancia está justificado y/o merece ser reprochado por ello. Este ejemplo muestra cómo preguntas sobre las razones normativas inciden directamente en la cuestión de la justificación de los agentes, que es diferente de la cuestión de la justificación de sus acciones, al plantear preguntas sobre las razones motivadoras.

3. Razones motivadoras y razones explicativas

Decíamos que, aunque tradicionalmente se han dividido las razones en normativas y motivadoras/explicativas, parece que tiene sentido distinguir también entre razones motivadoras y razones explicativas. La existencia de tres preguntas distintas sobre las razones indicaba la pertinencia de tal distinción (Baier, 1958; Alvarez 2007, 2009 y 2010 y Hieronymi, 2011). Como vimos, el hecho de que Otelo cree que Desdémona ha sido infiel explica por qué la mató, pero ese hecho no es la razón por la que la mata; la razón que, desde su perspectiva, cuenta a favor de matarla.

Una de las cuestiones más debatidas es la ontología de las razones motivadoras y explicativas. Durante la última mitad del siglo XX se consideraba que las razones motivadoras y explicativas, no distinguidas explícitamente entonces, eran entidades psicológicas, en particular, estados mentales de los agentes (como el creer Otelo que Desdémona ha sido infiel); una visión de la ontología de las razones que a menudo se llama “psicologismo”. Este consenso comenzó a disolverse al final del siglo y el psicologismo fue fuertemente cuestionado por una posición comúnmente conocida como “antipsicologismo”.

En su artículo “Acciones, razones y causas”, considerado el locus classicus del psicologismo, Donald Davidson caracteriza una “razón primaria” como la combinación de dos estados mentales: una actitud favorable y una creencia.

C1. R es una razón primaria por la que un agente realizó la acción A en la descripción d, sólo si R consiste en una actitud favorable del agente hacia las acciones que poseen cierta propiedad y en una creencia suya de que A en la descripción d tiene esa propiedad (Davidson, 1963, p.687 [1995, p. 20]).

Estas “razones primarias” son, en efecto, razones explicativas: razones que explican las acciones. El psicologismo resulta muy atractivo ya que parece correcto que cuando un agente actúa por una razón, actúa motivado por un fin que desea y guiado por una creencia acerca de cómo lograr ese fin. Así, es posible explicar su acción citando su deseo y su creencia en las cosas relevantes. Este tipo de consideración condujo a una aceptación generalizada de la idea de que las razones explicativas son estados mentales y, puesto que no se distinguían de las razones motivadoras, contribuyó también a la idea de que las razones motivadoras son estados mentales.

Algunos psicologistas, sin embargo, sostienen que estos dos tipos de razones, en lugar de estados mentales, son hechos mentales o psicológicos. Esto se debe a que el psicologismo sostiene que las razones son estados mentales tales como “el creer (o desear o conocer) algo” y es fácil pasar de la afirmación de que la razón de alguien es su creer algo (un estado mental) a la afirmación de que su razón es que cree en algo (un hecho psicológico). Por ejemplo, es fácil pasar de decir que la razón por la que José corre es su creer que llega tarde (un estado mental) a decir que la razón de José es (el hecho de) que cree que llega tarde.

Mientras que el psicologismo sostiene que las razones motivadoras y explicativas son estados mentales o hechos sobre los estados mentales de los agentes, el antipsicologismo afirma que tales razones, como las normativas, son hechos sobre todo tipo de cosas, incluyendo los estados mentales de los agentes.

3.1 Razones motivadoras

Usamos el término “razón motivadora” para referirnos a una razón que el agente considera que cuenta a favor de su acción y a la luz de la cual actúa. Las razones motivadoras son, además, consideraciones que pueden figurar como premisas en un razonamiento práctico que conduce a la acción. Dado que el concepto es algo técnico, resulta pertinente realizar dos aclaraciones.

Primero, el uso actual del término excluye algunos posibles candidatos a ser razones motivadoras; como los objetivos o las intenciones que alguien tiene al actuar, estados de deseo, emociones o consideraciones sobre la bondad o el valor de lo que se desea; ya que en ningún caso constituyen consideraciones a la luz de las cuales un agente actúa. Por ejemplo, lo que Otelo desea (matar a Desdémona), su objetivo (ajustar cuentas por su traición), la emoción que experimenta (celos) son cosas que lo motivan a matar a Desdémona, pero no son sus razones motivadoras en el sentido técnico estipulado. En segundo lugar, el discurso sobre la razón motivadora de alguien implica siempre cierta simplificación porque un agente puede estar motivado a actuar por más de una razón y puede considerar también hechos que cuentan en contra de su actuación.

Un argumento contra el psicologismo y su visión de las razones motivadoras como estados mentales o hechos sobre tales estados pone el énfasis en lo que los agentes mismos consideran sus razones para actuar y en lo que típicamente ofrecen y aceptan como sus razones motivadoras. El razonamiento de Otelo, cuando delibera sobre qué debe hacer (incluso bajo el influjo de los celos) no incluye consideraciones acerca de si él cree esto o aquello, sino consideraciones acerca de lo que Desdémona ha hecho. Las cosas que Otelo considera, entonces, no son sus estados mentales sino hechos, o supuestos hechos, sobre el mundo que le rodea, en particular, sobre Desdémona. Este argumento cobra fuerza al tener en cuenta que las razones motivadoras son las que figuran como premisas en la reconstrucción del razonamiento práctico del agente, que suelen ser consideraciones sobre el mundo, sobre el valor o la bondad de las cosas y de las personas, etc.

El antipsicologismo, por su parte, no está exento de dificultades. Los “casos de error” suponen un problema central para esta postura pues, si las razones motivadoras son hechos, entonces ¿cuál es la razón del agente cuando se encuentra motivado a actuar por una consideración falsa?

Una propuesta para resolver este problema es decir que, en los casos de error, los agentes actúan por una razón que es una falsedad que el agente cree, es decir, las razones podrían ser falsas creencias: son un hecho supuesto que el agente toma como un hecho, como en el caso de Otelo (Dancy, 2000, 2008 y 2014 y Hornsby 2007 y 2008). Jennifer Hornsby defiende esta postura ofreciendo una concepción disyuntiva de las razones para actuar: cuando señalamos las razones para actuar de alguien hacemos referencia a un hecho o a lo que el agente cree, según el caso. Sin embargo, al exponer estas supuestas razones en casos de error nos solemos encontrar ante paradojas o aseveraciones “desafortunadas”. Muchos argumentarían que una afirmación como “la razón de Elena para pisarte es que tú la estás pisando a ella, aunque no la estás pisando” es paradójica. Por el contrario, no hay ninguna paradoja en la afirmación correspondiente a las creencias de Elena: “Elena cree que la estás pisando aunque no la estás pisando”. Si esto es correcto, entonces el operador “su razón es que…”, a diferencia de “su creencia es que…” requiere la verdad de la proposición expresada con la cláusula “que”. Esta respuesta a los casos de error es, por tanto, problemática.

Una respuesta alternativa mantiene que, en los casos de error, un agente actúa basándose en algo que trata como una razón y a la luz de lo cual actúa, aunque en realidad ese algo no constituya una razón. En estos casos, un agente actuaría guiado por una “razón aparente” (Alvarez, 2010 y Williamson 2017). Parfit caracteriza de modo similar las razones aparentes: “tenemos una razón aparente cuando tenemos una creencia cuya verdad nos daría esa razón” (Parfit, 2001, p. 25;  2004, p. 77). Desde este punto de vista, una razón motivadora aparente no es sólo una mala razón sino simplemente no es una razón. Así, los agentes que actúan guiados por creencias falsas están efectivamente motivados por algo: una creencia falsa, pues tratan esa creencia como una razón y se guían por ella al actuar. Sin embargo, esa falsa creencia no es una razón motivadora porque no es un hecho sino sencillamente un hecho aparente y, por tanto, sólo una razón aparente.

Podría parecer que la diferencia entre estas dos alternativas antipsicologistas no es más que una disputa terminológica, no obstante, algunas opciones terminológicas son más aptas que otras porque reflejan una comprensión más precisa del concepto en cuestión. La problemática fundamental que parece estar en el fondo de este debate es si la noción de razón que aplicamos en diferentes contextos es una noción unificada. De ser así, la elección entre los puntos de vista antipsicologistas alternativos esbozados en los párrafos anteriores dependerá en gran medida de las características que consideremos esenciales para esa noción.

3.2 Razones explicativas

La acción de una persona puede ser explicada de varias maneras. Por ejemplo, si queremos explicar por qué Ana fue al hospital podemos decir que quería tranquilizar a su padre (objetivo), que siempre va los martes (hábito), que es una hija muy cumplidora (rasgo de carácter) o que su padre estaba en cuidados intensivos (razón que, desde su perspectiva, cuenta a favor de la acción de ir al hospital). Esta última constituye la explicación de una acción intencional que racionaliza la acción: explica la acción haciendo referencia a la razón que el agente tiene para actuar (Davidson, 1963).

Un argumento a favor del psicologismo de las razones explicativas es que para que una razón pueda racionalizar una acción, dicha razón debe formar parte de la psicología del agente. Un hecho que está “allá afuera” no puede explicar por qué un agente hace algo. Su creencia o conocimiento de ese hecho, en cambio, puede explicar por qué actúa de una manera determinada. Por tanto, las razones que explican sus acciones deben ser estados mentales.

Se podría responder que, aunque un hecho no pueda ser la razón que explica la acción de un agente a menos que éste lo conozca, ello no implica que la explicación de la acción deba mencionar que el agente conoce la razón de su acción. Por ejemplo, podemos explicar por qué Ana fue al hospital haciendo referencia a su razón para ir (que su padre había sido ingresado en la unidad de cuidados intensivos) sin necesidad de mencionar ningún hecho psicológico, como que ella sabía que su padre había sido ingresado, aunque la explicación lo presupone. Frente a esta sugerencia, un defensor del psicologismo podría decir que estas explicaciones son crípticas y que cuando analizamos detalladamente su explanans (la parte de la explicación que desempeña el papel de explicar) éste contiene hechos relacionados con lo que ella sabía o creía.

¿Pero son estas explicaciones realmente crípticas? Parece innegable que una persona no puede actuar por la razón de que p a menos que se encuentre en alguna relación epistémica con p. Sin embargo, de ello no se deduce que todas las racionalizaciones de una acción necesiten mencionar hechos psicológicos y que, cuando no lo hacen, sean crípticas. Tal vez el hecho de que el agente sepa las cosas relevantes es simplemente una condición necesaria para que su razón sea el explanans en una explicación de la razón.

Independientemente de cómo resolvamos la cuestión de las racionalizaciones, tenemos que señalar dos cosas. Primero, en los “casos de error”, los explanans de una explicación verdadera han de ser hechos psicológicos. La explicación de por qué Otelo mata a Desdémona no puede ser lo que él cree (que Desdémona ha sido infiel) sino el hecho de que lo cree, o similar. Esto se debe a que las explicaciones son, en general, factuales: una verdadera explicación no puede tener una falsedad como explanans. No podemos decir que Otelo mató a Desdémona porque ella había sido infiel cuando en realidad no lo había sido. Lo segundo es que, aunque el psicologismo sea correcto para las razones explicativas, ello no implica que también lo sea para las razones motivadoras porque estas razones no tienen por qué ser las mismas.

No todos los que se oponen al psicologismo aceptan la idea de que las razones explicativas son estados mentales, o hechos sobre ellos, incluso en los casos de error. Dancy (2000) sostiene que siempre podemos explicar una acción especificando la razón por la que se hizo, incluso cuando la “razón” es alguna falsedad que el agente creyó y a la luz de la cual actuó. En esos casos, según él, podemos decir que tal acción se hizo “por la razón de que p” sin comprometernos por ello a que p sea lo que explica la acción.

No obstante, decir que “Otelo mató a Desdémona por la razón de que Desdémona le había sido infiel, aunque no lo había sido” también suena paradójico. Además, si bien decir que la razón que explica una acción es el hecho de que se hizo por la razón de que p permite a Dancy aceptar que todas las explicaciones son factuales, ello socava su idea de que las razones que explican una acción son también las razones que motivan al agente que la lleva a cabo. Dancy sostiene que la razón que motiva a Otelo es que Desdémona es infiel, mientras que, según esta nueva sugerencia, la razón que explica su acción es que la realizó por la razón de que ella es infiel.

Independientemente de lo que pensemos sobre la nueva propuesta de Dancy, vale la pena recalcar una vez más que la distinción entre razones explicativas y motivadoras permite eludir estas cuestiones. Puede decirse que la razón que explica por qué Otelo mató a Desdémona es el hecho psicológico de que creía que ella le había sido infiel sin que tengamos que aceptar que esa es la razón que motivó la acción. Su razón motivadora fue el supuesto hecho de que ella había sido infiel (el cual algunos describirían como una razón aparente). En resumen, incluso si alguna forma de psicologismo es correcta para las razones explicativas, de ahí no se deduce que también lo sea para las razones motivadoras: en algunos casos, ambas pueden diferir entre sí.

4. Conclusión

Las limitaciones de espacio impiden el examen detallado de otros debates sobre las razones para actuar. Lo examinado hasta ahora constituye una visión general de una serie de problemas sobre las razones prácticas y su amplia significación. Tal exposición habría de haber mostrado cómo estos problemas y sus múltiples ramificaciones alcanzan muchos aspectos de nuestras vidas y tienen consecuencias importantes para nuestra comprensión de nosotros mismos como agentes racionales.

María Álvarez
(King’s College London)

Marta Cabrera
(Universitat de València)

Referencias

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