1. Definición
La definición del ficcionalismo es una tarea compleja, a la cual nos abocaremos en seguida. Pero conviene que lo hagamos sobre la base de las siguientes ilustraciones: (1) Según el ficcionalismo sobre las matemáticas defendido por Yablo (2001, 2005), cuando decimos cosas que aparentemente nos comprometen con la existencia de números (como “el número de solicitantes es 2”) estamos, en realidad, participando en una especie de ficción (la de que existen los números) que nos permite transmitir información sobre otro tema que realmente no involucra números (los solicitantes). (2) Según el ficcionalismo moral defendido por Joyce (2001, 2005), nuestros juicios morales (como “robar está mal”) no describen correctamente la realidad, pero resulta beneficioso suponer lo contrario: participar en la ficción de que robar está mal simplifica la deliberación práctica y facilita que tomemos decisiones que, como la de no robar, están en nuestro interés independientemente de consideraciones morales. (3) Según el ficcionalismo modal delineado por Rosen (1990), deberíamos entender las aseveraciones sobre mundos posibles que a menudo hacen los filósofos como aseveraciones acerca de una determinada ficción, la ficción de los mundos posibles. Así, la afirmación “hay un mundo posible en que mi mente existe pero mi cuerpo no” debería ser entendida como una abreviatura de “según la ficción de los mundos posibles, hay un mundo posible en que mi mente existe pero mi cuerpo no”.
Sobre la base de estos ejemplos, podemos definir el ficcionalismo en los siguientes términos:
(F): una teoría T sobre un discurso D es ficcionalista si y sólo si, según T, D (u otro discurso D’ sobre el cual versa D) es análogo al discurso fictivo (i.e., aquel en el que participan los autores de ficción literaria en la producción de sus obras) en que las proferencias realizadas por los usuarios de D no requieren, para ser correctas, que los contenidos que literalmente expresan sean verdaderos, ni que el emisor crea que lo son.
Diferentes aclaraciones sobre esta definición nos permitirán entender mejor la idea central del ficcionalismo. En primer lugar, una teoría ficcionalista tiene por objeto inmediato un determinado discurso, más que un supuesto ámbito de la realidad sobre el cual versa ese discurso (Armour-Garb y Woodbridge, 2015, p. 12; Eklund, 2019, sec. 2.1). Así, por ejemplo, el ficcionalismo matemático no es una tesis metafísica sobre la naturaleza o (in-)existencia de las entidades de las matemáticas, sino más bien sobre el discurso (científico y ordinario) que parece aludir a esas entidades. El ficcionalismo moral no es una tesis metafísica sobre la naturaleza de la moralidad, sino sobre las afirmaciones y creencias ordinarias en las cuales parece que atribuimos propiedades morales a acciones y personas. Hecha esta aclaración, podemos apreciar mejor la (no siempre del todo bien reconocida) “neutralidad metafísica” del ficcionalismo: algunas afirmaciones sobre un discurso D pueden tener consecuencias metafísicas, pero no el caso de la afirmación en virtud de la cual una teoría cuenta como ficcionalista, según (F). Es posible mantener una teoría ficcionalista sobre D y a la vez aceptar (o no rechazar, o mostrarse indiferente a) las entidades aparentemente postuladas por D. Pero cabe advertir que, a pesar de esto, a menudo el ficcionalismo sobre D es presentado como una variante de antirrealismo sobre las entidades postuladas por D, o como una alternativa al realismo (Kalderon, 2005; Balaguer, 2009; Thomasson, 2013; Kroon, 2011). Esto se explica, en parte, por el hecho de que, como veremos más adelante, el antirrealismo ha sido una motivación central para el desarrollo de teorías ficcionalistas.
En segundo lugar, nuestra definición (F) hace referencia a la idea de ficción y, en particular, establece una analogía entre D y el discurso fictivo. La idea de que el ficcionalismo está vinculado a la ficción puede parecer obvia, pero ha tenido que ser enfatizada recientemente (Armour-Garb y Woodbridge, 2015, p. 1; Kroon et al., 2019, p. 98) ya que i) autores que se auto-describen como ficcionalistas rechazan explícitamente que la idea de ficción sea útil para entender su posición (Balaguer, 2009, p. 132); ii) algunos trabajos que se consideran como paradigmáticos o fundacionales para el ficcionalismo (Field, 1980; van Fraassen, 1980) no hacen ninguna referencia explícita a la idea de ficción; y iii) en otros casos, como en el ya mencionado trabajo de Yablo sobre el discurso matemático, la analogía dominante no es con la ficción sino con la metáfora. Pero una teoría T sobre D no tiene que invocar explícitamente la idea de ficción para que sea verdad que, según T, D es análogo a la ficción en los aspectos relevantes. La analogía puede estar presente sin ser trazada explícitamente. Por esta razón, las teorías de van Fraasen, Field y Yablo, e incluso la de Balaguer, pueden satisfacer la condición establecida por (F) para ser consideradas como instancias de ficcionalismo.
Finalmente, centrémonos en el punto de analogía identificado por (F). Una característica central del discurso fictivo es que las proferencias hechas en su contexto, a diferencia de lo que prima facie ocurre con las aseveraciones, son correctas incluso si el contenido literal de las oraciones proferidas no es verdadero ni creído por el emisor. Por ejemplo, la proferencia de “Beatriz Viterbo murió en 1929”, en el contexto del cuento El Aleph de J. L. Borges, es perfectamente legítima independientemente de si es verdad o no que Beatriz Viterbo murió en 1929. Esto se debe a que la finalidad perseguida por Borges no es describir la realidad e informarnos sobre la vida de Beatriz Viterbo, sino invitarnos a imaginar una determinada situación (véase Teorias de la Ficción para más detalles). Esta irrelevancia de la verdad para los fines del discurso fictivo es también característica del discurso D (o de D’), según el ficcionalista sobre D. Según el ficcionalista sobre el lenguaje matemático, por ejemplo, cuando usamos este lenguaje no nos comprometemos con la verdad de aquello que nuestras oraciones literalmente expresan: cuando decimos que el número de solicitantes es 2, no creemos realmente que haya una entidad, el número 2, que numere a los solicitantes. Nuestra actitud frente a esta proposición no es la de creencia, sino una que no tiene la verdad como norma y que provisionalmente podemos llamar “aceptación”. Igualmente, dicha proposición no es objeto de aseveración, sino de algo que provisionalmente podemos llamar “cuasi-aseveración”. (Ambos términos son de uso común en la bibliografía sobre el tema). Desde luego, una teoría ficcionalista debe dar contenido a las ideas de aceptación y cuasi-aseveración. Como veremos más abajo, una manera de hacerlo es apelando a la noción de “hacer como si” (make-believe) desarrollada por Walton (1990).
Aunque la afirmación (F) captura la idea central del ficcionalismo, a menudo se la presenta junto con otras que también son consideradas como definitorias. En primer lugar, suele enfatizarse que, según una teoría ficcionalista sobre D, las oraciones utilizadas en D son evaluables en términos de verdad o falsedad (Kalderon, 2005, p. 112; Kroon et al., 2019, p. 93). Esto permitiría distinguir el ficcionalismo de ciertas teorías “expresivistas” o “no cognitivistas” según las cuales las oraciones en cuestión no son más que superficialmente declarativas y no se puede decir de ellas que sean verdaderas o falsas. En segundo lugar, se suele enfatizar que, según el ficcionalismo, D tiene una utilidad que hace aconsejable su mantenimiento (Kroon et al., 2019, p. 93). Esto permitiría distinguir el ficcionalismo del eliminacionismo, que aboga por el abandono de D. En tercer lugar, se ha enfatizado que según una teoría ficcionalista, D no es lo que aparenta ser: las que parecen ser aseveraciones sobre números, valores, mundos posibles, etc., son en realidad aseveraciones sobre otra cosa, o ni siquiera son aseveraciones (Armour-Garb y Kroon, 2020, p. 14). Sin esta condición, parece que el ficcionalismo sería automáticamente verdadero del discurso fictivo y otros discursos manifiestamente no aseverativos. Tener presentes estas condiciones adicionales a (F) puede resultar útil a la hora de entender argumentos y propuestas ficcionalistas: el lector puede combinarlas como más convenga para ese fin en cada ocasión. No es necesario demorarse en la cuestión de cuál es la definición correcta.
2. Algunas variedades de ficcionalismo
En los últimos treinta años el ficcionalismo se ha extendido a áreas filosóficas muy diversas. Ya hemos mencionado el ficcionalismo sobre el discurso matemático (Yablo, 2001; Leng, 2010), sobre el discurso moral (Joyce, 2001; Kalderon, 2005), y sobre el discurso de mundos posibles (Armstrong, 1989; Rosen, 1990). Otros discursos para los cuales se han defendido o considerado posturas ficcionalistas son los siguientes: las atribuciones de verdad (Armour-Garb y Woodbridge, 2015), las afirmaciones de existencia e identidad (Evans, 1982; Walton, 1990; Crimmins, 1998; Kroon, 2004), la psicología de sentido común (Toon, 2016), el discurso religioso (Scott y Malcolm, 2018), el discurso científico sobre entidades teóricas (van Fraassen, 1980), sobre el pasado y el futuro (Miller, 2021), sobre personajes de ficción (Walton, 1990; Brock, 2002; Everett, 2013) y sobre objetos ordinarios (Rosen y Dorr, 2002). Vale la pena aclarar aquí que es perfectamente posible adoptar una teoría ficcionalista en alguno de estos ámbitos sin por ello tener que hacerlo también en otros: los argumentos que conducen al ficcionalismo sobre un discurso D suelen depender de rasgos específicos de D y, por ello, no se generalizan fácilmente a otros ámbitos.
Además de ser tan variadas por lo que respecta a ámbitos temáticos, las teorías ficcionalistas difieren mucho entre sí en otros aspectos. Una primera distinción, muy frecuentemente trazada, es la distinción entre ficcionalismo hermenéutico y revolucionario. (Adaptando una terminología originalmente empleada por Burgess (1983) para clasificar tipos de nominalismo). La definición (F) y nuestra discusión hasta este punto han presupuesto la variante hermenéutica del ficcionalismo: según este tipo de ficcionalismo, el discurso D en cuestión tiene, de hecho, las características mencionadas en (F). En cambio, según el ficcionalismo revolucionario, D no tiene, de hecho, las características mencionadas en (F) pero debería (o podría) tenerlas. Es decir, el ficcionalista revolucionario es alguien que recomienda (o tal vez simplemente señala la posibilidad de) que los usuarios de D cambien su práctica para que (F) sea verdadera de él. El ficcionalismo revolucionario es una posición importante, con diversos ejemplos prominentes (Field, 1989; Joyce, 2001). No obstante, y aunque la distinción que estamos comentando no debe ser perdida de vista, resulta útil para nuestros fines simplificar la discusión centrándonos en la variante hermenéutica del ficcionalismo, y así lo haremos excepto que se señale lo contrario.
Una segunda distinción importante es la distinción entre ficcionalismo de prefacio y de prefijo (Véase Kroon et al (2019, Capítulo 3). Las nociones de prefacio y prefijo en este ámbito son introducidas por Lewis (2005). El ficcionalismo de prefacio es el ejemplificado por las teorías de Yablo y Joyce esbozadas al inicio. El ficcionalismo modal de Rosen, por contra, es un ejemplo de ficcionalismo de prefijo. Según el ficcionalismo de prefacio, el discurso D es análogo al discurso fictivo en lo que respecta a la fuerza ilocutiva que se confiere al contenido literalmente expresado: en ninguno de los dos casos se asevera tal contenido. Esto es el resultado de las presuposiciones compartidas por los hablantes en los respectivos contextos: el autor de ficción y sus lectores, igual que los usuarios del discurso D en cuestión, saben lo que están haciendo, y que ello no implica un compromiso con la verdad del contenido literalmente expresado. La idea de un prefacio (como “había una vez…” o “a partir de ahora hagamos como si…”) es una metáfora útil para referirse a tales factores contextuales que, en palabras de Lewis, “roban a lo que viene a continuación su fuerza aseverativa” (2005, p. 315). En cambio, según el ficcionalismo de prefijo, el discurso D no es él mismo análogo al discurso fictivo, sino que más bien es análogo al que, siguiendo a García-Carpintero (2016), llamaremos “discurso paratextual”, es decir: aquel discurso mediante el cual describimos el contenido de una ficción desde un punto de vista interno a la misma. Según el tratamiento estándar (Lewis, 1978), el discurso paratextual puede explicarse en términos de un prefijo (a menudo implícito) que también quita fuerza aseverativa a lo que viene a continuación, pero que da como resultado otra aseveración: una aseveración sobre los contenidos de la ficción. Así, por ejemplo, cuando decimos “Beatriz Viterbo murió en 1929” con la intención de describir el contenido de la ficción creada por Borges, lo que decimos podría ser más cabalmente expresado diciendo “En El Aleph, Beatriz Viterbo murió en 1929”. En cualquier caso, con más o menos palabras, lo que hacemos es una aseveración que es verdadera en función de cuál sea el contenido de la ficción a la que nos remitimos (en este caso, El Aleph).
Según el ficcionalismo de prefijo, lo mismo ocurre con el discurso D para el cual se ofrece la teoría. Por ejemplo, según el ficcionalismo modal de Rosen, cuando un filósofo dice “hay un mundo posible donde mi mente existe y mi cuerpo no”, utilizando así el discurso sobre mundos posibles, lo que realmente está haciendo es una aseveración sobre una ficción, la ficción de la pluralidad de mundos posibles. (En la propuesta de Rosen, la ficción de la pluralidad de mundos posibles es una versión resumida y algo modificada del realismo modal de Lewis (1986)). Dicha aseveración podría hacerse también de manera más perspicua utilizando explícitamente un prefijo de ficción: “En la ficción de la pluralidad de mundos posibles, hay un mundo posible donde mi mente existe y mi cuerpo no”. Como vemos en este ejemplo, aunque el ficcionalismo de prefijo sobre un discurso D no describe a D como análogo al discurso fictivo, típicamente postula la existencia de otro discurso D’ sobre el cual versa D y que, según la propuesta ficcionalista, sí es análogo en los aspectos relevantes al discurso fictivo. Nuestra definición (F) incluye una cláusula parentética que contempla esta posibilidad y en virtud de la cual es satisfecha por el ficcionalismo de prefijo.
3. Motivaciones
Hemos dicho antes que el ficcionalismo es, en principio, “metafísicamente neutral”. No obstante, también es cierto que una de las principales motivaciones para el ficcionalismo proviene de la adopción de una posición antirrealista sobre las entidades aparentemente postuladas por un determinado discurso. La siguiente es una situación típica: movido por la fuerza de ciertos argumentos, un filósofo llega a la conclusión de que no existen los Xs. No obstante, este filósofo también advierte que la existencia de los Xs parece estar presupuesta por un determinado discurso D que goza de buena reputación en su comunidad, y en el que tal vez él mismo participa de tanto en tanto. El rechazo de los Xs debería comportar, aparentemente, el rechazo de D. Sin embargo, nuestro filósofo se resiste a dar este último paso, tal vez porque es consciente de vivir en tiempos marcados por cierta “modestia post-Mooreana” (Fine, 2001, p. 2), o tal vez porque cree que D es útil incluso si es falso. En esta situación, el ficcionalismo sobre D se revela como una tesis esperanzadora. Si el ficcionalismo es correcto, entonces, tal vez, el discurso D no presupone realmente la existencia de los Xs. Lo que sí presupondría la existencia de los Xs sería el uso de las oraciones de D para aseverar aquello que dichas oraciones literalmente expresan. Pero el ficcionalista señala que, igual que pasa con las oraciones utilizadas en el discurso fictivo, las oraciones de D no son, habitualmente, utilizadas para hacer tales aseveraciones. Por tanto, como D no presupone realmente la existencia de los Xs, su uso es perfectamente legítimo incluso ante la evidencia de que no hay Xs.
La situación que acabamos de describir en términos generales requiere que el ficcionalismo sobre D sea de tipo hermenéutico. Por ejemplo, un nominalista (es decir, alguien que en virtud de ciertos argumentos filosóficos rechaza que existan los números) no tendrá nada que objetar al uso del discurso matemático si resulta que, como afirma el ficcionalismo hermenéutico en este área, tal discurso es, de hecho, análogo al discurso fictivo en que sus participantes no adquieren ningún compromiso con la verdad literal de lo que dicen. La situación es un poco diferente si el ficcionalismo que viene al auxilio del nominalista es de tipo revolucionario. Dado este tipo de ficcionalismo, la conclusión a extraer es que el discurso matemático sí presupone la existencia de números (y que es, por tanto, incorrecto), pero también que hay una forma relativamente sencilla de evitar ese error: introducir un prefacio que quite la fuerza aseverativa a lo que literalmente se dice, o un prefijo que transforme el discurso sobre números en un discurso sobre una teoría según la cual hay números. Nótese que el ficcionalista revolucionario no tiene por qué militar por la implementación efectiva de esa reforma, sino simplemente señalar su posibilidad. Al hacerlo, le ofrece al nominalista una estrategia para “pensar con el sabio y hablar con el vulgo”, según la famosa expresión de Berkeley.
La motivación del ficcionalismo a partir del antirrealismo es importante, pero no es la única. Yablo, quien considera a ese tipo de motivación “dead and gone” (2001, p. 87), ofrece un argumento muy diferente para el ficcionalismo hermenéutico sobre el discurso matemático: según él, el ficcionalismo hermenéutico es la hipótesis que mejor explica la práctica efectiva de los usuarios de ese discurso, independientemente de cualquier consideración metafísica. Su punto se aprecia mejor con ejemplos de afirmaciones de matemática aplicada, como “el número de solicitantes es 2” (aunque su teoría se extiende a afirmaciones matemáticas “puras” como “2 es primo”). Si reflexionamos sobre qué queremos comunicar realmente cuando, en contextos ordinarios, decimos que el número de solicitantes es 2, vemos que el número 2 es un “intruso”, en el sentido de que no forma parte de aquello que realmente queremos describir. Si tras un recuento más cuidadoso de las solicitudes alguien señala que el número de solicitudes no es 2 porque hay un tercer solicitante que no hemos considerado, nuestro deber es rectificar. En cambio, si en un contexto similar alguien niega que el número de solicitantes sea 2 aduciendo que el número 2 no existe, nuestra reacción será otra. Probablemente, le haríamos saber al objetor que la cuestión filosófica sobre la existencia de números es irrelevante para lo que tenemos entre manos: saber cuántos solicitantes hay. Esto quiere decir que, como predice la posición ficcionalista sobre este tipo de discurso, nuestra afirmación no presupone realmente la existencia de números. (En relación a esto, véase también el “argumento del oráculo” comentado en Eklund (2005, p. 559)).
Otra manera de expresar el punto anterior, y de conectarlo con lo dicho más arriba en la sección 1, es que, al parecer, cuando en contextos ordinarios decimos “el número de solicitantes es 2” no aseveramos ni creemos aquello que nuestras palabras literalmente expresan. Podemos decir que lo cuasi-aseveramos, o que lo aceptamos, pero estas son sólo etiquetas que tienen que ser dotadas de contenido. Como ya adelantamos, Yablo y otros ficcionalistas lo hacen apelando a la noción de juego de hacer como si, propuesta por Walton. La idea es la siguiente: cuando utilizamos el vocabulario de las matemáticas participamos en un juego de hacer como si que, como otros juegos de este tipo, está gobernado por una serie de reglas que autorizan o prescriben diferentes jugadas en diferentes situaciones. Cuasi-aseverar y aceptar una proposición matemática no es otra cosa que realizar una jugada admisible en un determinado juego de hacer como si.
Entender la cuasi-aseveración y la aceptación en términos de juegos de hacer como si permite explicar, además, que el discurso matemático sirva para transmitir e, indirectamente, aseverar proposiciones que no involucran entidades matemáticas. Igual que pasa con otros juegos de hacer como si, las reglas del juego de hacer como que hay números establecen conexiones sistemáticas entre aquello que prescriben imaginar y determinadas condiciones del mundo. Por ejemplo, las reglas prescriben hacer como que 2 es el número de los solicitantes si y sólo si hay dos solicitantes, y hacer como que el número de solicitantes es mayor al número de plazas si y sólo si hay más solicitantes que plazas, etc. Ahora bien, aunque la finalidad de estas reglas es decirnos qué debemos imaginar dependiendo de cómo sea el mundo, también permiten un uso en sentido inverso: nos permiten inferir cómo es el mundo a partir del hecho de que lo que imaginamos está prescrito por ellas. Por ejemplo, un conocedor de las reglas puede inferir que hay dos solicitantes a partir de la jugada consistente en hacer como si 2 fuera el número de solicitantes. Y esta es precisamente la manera en que, según el ficcionalismo hermenéutico, los usuarios del discurso matemático logran aseverar contenidos sobre la realidad no matemática: “explotando” las reglas que gobiernan su juego de hacer como si.
4. Ficcionalismo, realismo y meta-ontología
Hemos señalado más arriba que, aunque el ficcionalismo sobre D está a menudo motivado por el rechazo de las entidades aparentemente postuladas por D, la adopción de una teoría ficcionalista es estrictamente compatible con aceptar la existencia de tales entidades. Acabaremos esta entrada con algunas observaciones sobre este hecho, y algunas de sus consecuencias para la comprensión de los debates ontológicos.
La clave para apreciar la compatibilidad del ficcionalismo sobre D con el realismo sobre las entidades aparentemente postuladas por D está en distinguir D de otros discursos relacionados que parecen postular las mismas entidades pero que no caen bajo el alcance de la tesis ficcionalista. Tomemos como ejemplo el caso de los mundos posibles. Podemos distinguir entre dos discursos que aparentemente involucran mundos posibles. Por un lado, está el discurso MP en que participan los filósofos cuando los mundos posibles no son su tema principal, como hacen, por ejemplo, dualistas y materialistas cuando discuten sobre si hay un mundo posible en el que una mente existe sin su cuerpo. (El tema central es aquí la distinción mente-cuerpo; el mundo posible invocado es un “intruso” en el sentido explicado anteriormente). Por otro lado, está el discurso MP* en el que participan los filósofos cuando los mundos posibles son el tema central de su discusión, como ocurre cuando un realista modal afirma que existe una pluralidad de mundos posibles, o cuando alguien pregunta si los mundos posibles son abstractos, concretos, disyuntos, completos, etc. Ahora bien, hecha esta distinción, nótese que es perfectamente admisible adoptar una teoría ficcionalista sobre MP pero no sobre MP*. El ficcionalismo sobre MP es, por tanto, compatible con mantener una posición neutral o incluso realista sobre los mundos posibles. La posición resultante podría resumirse de la manera siguiente: aunque (tal vez) hay mundos posibles, los usuarios de MP no están realmente aseverando nada sobre ellos, sino sólo haciendo como que lo hacen. (Vale la pena notar que el mismo punto que hemos hecho distinguiendo entre MP y MP* puede hacerse distinguiendo entre contextos en los cuales un único discurso es utilizado, y restringiendo el alcance de la teoría ficcionalista al uso del discurso en sólo uno de esos contextos).
Esta neutralidad metafísica del ficcionalismo es una buena noticia para la ontología como disciplina. Algunos filósofos han señalado que la verdad (o la posible verdad) del ficcionalismo sobre D pone en duda la significatividad de la discusión sobre si existen las entidades aparentemente postuladas por D –es decir, el tipo de discusión a que típicamente se abocan los practicantes de la ontología (Yablo, 1998; Thomasson, 2015, p. 178). El argumento es aproximadamente el siguiente: si adoptamos una teoría ficcionalista sobre D y concluimos, por tanto, que los usuarios de D únicamente hacen como que existen las entidades aparentemente postuladas por D, no podemos concluir, a partir del éxito de D, que tales entidades existan. Pero tampoco tiene sentido argumentar que no existen, ya que nadie afirma seriamente que lo hagan. Embarcarnos en un debate serio sobre si existen o no sería un “error” similar al de investigar, tras la lectura de El Aleph, si existe o no una persona llamada “Beatriz Viterbo” que murió en 1929. Ahora bien, este tipo de argumento puede ser neutralizado con observaciones como las que hicimos en el párrafo anterior: adoptar una teoría ficcionalista sobre el discurso “ordinario” D no implica tener que adoptarla también sobre los discursos que tienen lugar en la “sala de la ontología”. Utilizando el ejemplo anterior: aunque seamos ficcionalistas sobre el discurso “ordinario” sobre mundos posibles en que participan dualistas y materialistas cuando discuten si hay un mundo posible en que un alma existe sin un cuerpo, podemos sostener que el discurso sobre mundos posibles que utilizan realista y antirrealista modal en la sala de la ontología es perfectamente serio y en nada parecido a la ficción.
Pablo Rychter
(Universitat de València)
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Rychter, Pablo (2023): “Ficcionalismo”, Enciclopedia de la Sociedad Española de Filosofía
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