Delirio

1. El delirio como objeto de estudio filosófico

El delirio ha sido asociado históricamente a una desviación de las formas comunes del pensar y actuar humano. La etimología de la palabra (del latín delirium) hace referencia a una costumbre en la antigüedad que consistía en pedirle a una persona que hiciese un surco en la tierra con una vara para medir su estado mental. La palabra delirium se aplicaba cuando tal persona no era capaz de realizar esta tarea correctamente, realzando su comportamiento extravagante y anormal. Ejemplos de delirios pueden ser encontrados a lo largo de la historia. Tomemos el caso de Nabucodonosor (Daniel 4:1-37), rey de Babilonia entre los años 640 y 562 a.C., quien según el relato bíblico terminó comportándose como una bestia como consecuencia de no acatar una advertencia de Dios. El rey terminaría “comiendo como los toros” en un estado de alejamiento social, dejándose crecer el pelo y las uñas sin control de forma tal que, efectivamente, se asemejaba y comportaba como una bestia. Sin considerar las complejidades culturales e históricas del caso, este tipo de cuadro de extravagancia conductual podría clasificarse actualmente como un delirio de licantropía (o algo por el estilo). Es interesante observar cómo, a pesar de la diferencia temporal, los quiebres radicales en la vida mental humana parecen manifestar importantes similitudes a través de la historia. En Memorias de un enfermo de nervios, Paul Schreber (1842-1911), escritor y presidente de la corte de apelaciones de Dresde en Alemania, relata que su psiquiatra era capaz de comunicarse con él por medio de un lenguaje que los humanos no conocían. Junto con esto, Schreber indicaba que muchas personas podían ponerse en contacto con él por medio de “rayos divinos”. Por medio de este tipo de comunicación exclusiva, algunas personas pedirían auxilio o entregarían información confidencial. En este caso, aquello que los expertos denominaron “delirio” en ese momento histórico nos confronta nuevamente con una persona que parece “creer” ciertas cosas que, intuitivamente, no son el caso y que, en ocasiones, actúa como si ese fuese el caso (Freud 1924/1981). Un ejemplo contemporáneo de este asunto se observa en Payne (2023), quien indica que, durante sus períodos de psicosis, las casas y los árboles eran capaces de poner ideas en su cabeza, algo que es denominado “delirio de inserción de pensamiento” dentro de la psicopatología contemporánea.

Tal como podemos advertir, históricamente, el delirio se ha asociado a creer algo que no es el caso, por lo general, creer algo altamente improbable y extravagante; en psiquiatría, con el tiempo el delirio deviene la marca por excelencia de la psicosis, una de las formas más severas de enfermedad mental. En psicología, el delirio se ha transformado en un síntoma que representa graves alteraciones en la salud mental. Intuitivamente, todos podríamos convenir que el delirio no parece ser un fenómeno, al menos, deseable en la vida humana; el delirio no parece ser algo que se disfruta. Las personas que lo experimentan comúnmente reportan severos problemas para lidiar con la realidad personal e interpersonal, problemas en el control de sus estados emocionales, altos niveles de stress, alejamiento de lo social, entre muchas otras cosas. Por esto, el delirio ha sido foco de intenso estudio en las ciencias médicas. Sin embargo, durante los últimos 20 años, el fenómeno del delirio ha atraído también la atención de filósofos e investigadores en el campo de las ciencias cognitivas, esto, por las diversas formas en que nos permitiría aprender sobre aspectos conceptuales y culturales fundamentales de nuestra mente (McKay y Dennett 2009; Ross y McKay 2017; López-Silva y Cavieres 2022; Garson 2023). La mayoría de estos debates se mantienen abiertos en la actualidad y ofrecen un foro que permitiría que diversas disciplinas progresen conjuntamente (López-Silva 2014). En la siguiente entrada revisaremos tres de los problemas más fundamentales asociados al estudio del delirio, a saber, los debates acerca de qué estado mental son los delirios, cómo son producidos, y cuál es el rol que tendrían en la psicología de un sujeto.

2. El problema tipológico: ¿qué es el delirio?

Una de las primeras preguntas que surge al intentar comprender el fenómeno del delirio es, obviamente, ¿qué es un delirio? Esta pregunta podría conducir a diversas respuestas; sin embargo, la literatura filosófica contemporánea parece formularla de una manera bastante específica. Imagina que tu mejor amiga dice que su sangría sabe muy amarga. Uno podría asumir sin problemas que tu amiga está reportando una experiencia gustativa; ese es el tipo de experiencia que el relato de tu amiga parece estar comunicando. Ahora imagina que tu amiga te dice que desea irse a Grecia durante el próximo período de vacaciones. Tu amiga, en este caso, está expresando un estado cognitivo denominado “deseo”. En ambos casos podemos tener algo de certeza respecto del tipo de estado mental que tu amiga está expresando (uno sensorial y uno cognitivo, respectivamente). ¿Pero qué pasa cuando tu amiga comienza a decirte que durante la noche su cama no la deja dormir porque, entre las múltiples voces que escucha, el colchón le pone pensamientos que no quiere tener en su mente? La experiencia no es que tu amiga se está imaginando cómo sería experimentar ese tipo de cosas, eso no sería tan extraño. Sumado a esto, tu amiga te dice que, efectivamente, el colchón pone pensamientos en su cabeza durante las noches y tú claramente notas que tu amiga está acongojada con la situación; ella realmente cree lo que está diciendo. Para un psiquiatra, lo que tu amiga te dice calificaría como un tipo de delirio, y la pregunta acá sería: ¿qué tipo de estado mental está comunicando este relato que etiquetamos como “delirante”? A esto se le ha denominado el problema tipológico del delirio (Bayne y Pacherie 2005; Bortolotti 2010; López-Silva 2017). La respuesta a esta pregunta no parece ser un mero ejercicio retórico, esto, porque, tal como veremos en la sección 3, distintas alternativas al debate guiarán distintos programas de investigación científica y distintas formas de entender la intervención clínica en salud mental (López-Silva y Cavieres 2022).

Existen dos posturas principales – y antagónicas – dentro del debate tipológico en la literatura actual. El enfoque doxástico (del griego doxa) indica que los reportes delirantes expresan creencias anormales, aunque carecerían de algunas características comúnmente asociadas a las creencias normales (Bayne y Pacherie 2005; Bortolotti 2020). De la misma forma en que un kiwi es clasificado como un ave incluso sin poder volar, los delirios no perderían su calidad de creencia por no expresar las características comúnmente asociadas a este tipo de estado mental. Este enfoque parece ser consistente con la forma en que los delirios son reportados por pacientes psicóticos en contextos clínicos, esto es, con un alto grado de certeza subjetiva (Green et al. 2018). Por otro lado, este enfoque parece ser también consistente con la forma en que los delirios son experimentados por los sujetos, esto es, como si fuesen creencias (Clutton 2018). Finalmente, este enfoque parece ser capaz de operacionalizar el estudio empírico del fenómeno utilizando el proceso de formación de creencia como principal foco de investigación; así el enfoque doxástico ha servido de base para los principales modelos neuropsiquiátricos en la actualidad (ver sección 3).

Por otro lado, el enfoque antidoxástico agrupa a una serie de teorías que surgen en la literatura en oposición a algunas ideas del enfoque doxástico. Principalmente, este grupo de teorías sugieren que los delirios no parecen cumplir con los requerimientos más fundamentales para ser considerados creencias, oponiéndose a la flexibilidad conceptual del enfoque doxástico (Schwitzgebel 2012). Un ejemplo de posición antidoxástica es la propuesta por el enfoque imaginístico de los delirios, que agrupa a una serie de autores que asocian los delirios con alteraciones de la imaginación. Currie (2000) sugiere que los delirios son “alucinaciones cognitivas”, esto es, estados imaginativos mal identificados como creencias por un sujeto. McGinn (2004) sugiere que los delirios son estados imaginatorios creados por el descontrol y la falta de monitoreo de la actividad imaginativa de un sujeto. Mientras que para Currie los delirios nacen porque un sujeto no logra identificar bien sus propios estados mentales, para McGinn, el delirio ocurre por una hiperproducción de estados imaginativos y alteraciones en los mecanismos a cargo de mantener tales estados bajo control y monitoreo. Otras posiciones antidoxásticas incluyen la sugerida por Egan (2009), quien indica que los delirios comparten características con los estados imaginativos y las creencias, y, por lo tanto, los delirios deberían ser catalogados como bimaginations, esto es, estados intermedios entre la imaginación y la creencia.

Si bien el enfoque doxástico se ha mantenido como el dominante en la literatura, no está exento de críticas. Desde la tradición fenomenológica en psicopatología se ha indicado que caracterizar el delirio como un tipo de creencia es una solución reduccionista que no logra capturar la complejidad experiencial expresada en el síntoma (Feyaerts et al. 2021). Fenómenos como los delirios y las alucinaciones serían sintomáticas de una serie de cambios profundos en la configuración de la relación experiencial entre el yo y la realidad (Sass y Byrom 2015). Por lo tanto, el delirio no sería una simple creencia anormal, sino que sería parte de una nueva constitución de la realidad que se presenta en la psicosis. No es claro que esta posición sea inconsistente con el enfoque doxástico; sin embargo, autores han insistido en la insuficiencia de este enfoque para capturar las complejidades del fenómeno delirante. Por ejemplo, Hamilton (2006) indica que la inercia conductual asociada a los delirios es razón suficiente para eliminar el estatus de “creencia” en su caracterización. Adicionalmente, defensores del enfoque doxástico posicionan a las creencias delirantes junto a las creencias autoengañosas, creencias conspirativas, y otros tipos de creencia anormal en un continuo con las creencias normales (Bortolotti 2010, 2020). Uno de los problemas abiertos dentro del enfoque doxástico implica establecer criterios claros para la demarcación entre creencias pertenecientes al mismo continuo, sobre todo, teniendo en cuenta que algunas de ellas son consideradas patológicas, y otras no lo serían.

El enfoque antidoxástico tampoco parece estar libre de problemas. Por ejemplo, se ha indicado que los enfoques imaginísticos presentarían una problemática falta de claridad conceptual, consistencia fenomenológica y respaldo empírico (Bortolotti 2010; López-Silva 2017, 2023). Por ejemplo, no es clara la forma en que las alteraciones en los procesos a cargo de la producción de estados imaginativos conducirían a la producción de estados que son reportados como si fuesen creencias. Si algo se reporta “como si fuese” una creencia, esto sería una creencia. Tampoco es claro cómo se podría caracterizar la fenomenología del delirio si se entiende como una bimagination, esto, porque la misma fenomenología de este estado mental no parece ser clara. Finalmente, no existe evidencia experimental clara acerca de cómo alteraciones en la producción de estados imaginativos podrían producir el tipo de estado mental al cual denominamos delirio. Sea cual sea el caso, el problema tipológico de los delirios es una discusión que se mantiene abierta.

3. El problema etiológico: ¿cómo se forman los delirios?

 Una vez que establecemos una respuesta tipológica, otra desafiante pregunta surge, a saber, ¿cómo se forman los delirios? A esto se le ha denominado el problema etiológico (entendiendo la etiología como aquella disciplina que se ocupa de clarificar las causas de las condiciones, en este caso, psiquiátricas). Durante los últimos 20 años, el debate etiológico ha motivado la colaboración interdisciplinaria, permitiendo que la reflexión filosófica tenga impacto científico y clínico en diversas áreas tales como en las ciencias neurocognitivas y la terapia cognitiva (Connors y Halligan 2020; Sterzer et al. 2016, 2018). Las alternativas más influyentes en el debate etiológico en la actualidad provienen del área de la neuropsiquiatría cognitiva y suelen caracterizar al delirio como un tipo de creencia. Por lo tanto, tales modelos se han enfocado en la clarificación de los mecanismos a cargo de la producción de creencias y la forma en que tales mecanismos se encontrarían alterados en condiciones como la psicosis.

En 1974, el psicólogo estadounidense Brendan Maher introduce un célebre intento para responder al problema etiológico desde el campo de la neuropsiquiatría cognitiva. Maher (1974) observó que los pacientes delirantes padecían de importantes anomalías perceptuales primarias (fundamentalmente producidas por alteraciones neurobiológicas). En otras palabras, los pacientes parecían tener experiencias perceptuales muy extrañas y estresantes. El denominado “modelo de un factor” sugerirá que el contenido de un delirio (por ejemplo, que los árboles ponen pensamientos en mi cabeza) se adquiere de estas experiencias perceptuales aberrantes. Para Maher (2001), los delirios no se producirían de formas tan diferentes a la forma en que las creencias normales son producidas. Si yo creo que está lloviendo porque veo la lluvia, el paciente psicótico cree el contenido de sus delirios porque parece experimentar algo muy extraño; algo que es finalmente comunicado en el reporte etiquetado como delirante. Ahora, para algunos autores, el contenido del delirio sería idéntico al contenido de la experiencia extraña: el paciente tendría la experiencia de que los árboles le están introduciendo pensamientos en su cabeza (Sollberger 2014). Para otros, el delirio (tal como se reporta) será una forma de darle sentido y explicar una experiencia que es muy extraña, pero no posee exactamente el mismo contenido: el paciente tiene una experiencia extraña, y su mejor manera de explicarla es que los árboles le están introduciendo pensamientos en su cabeza (Coltheart 2015). Para el modelo de un factor, la principal alteración que lleva a la producción de estados delirantes está en la existencia de experiencias sensorio-perceptuales aberrantes a la base de la formación de tales creencias, no en los procesos de razonamiento relacionados con su experiencia (Maher 2001).

Diversas críticas al modelo de Maher motivaron la creación del denominado “modelo de dos factores” (Coltheart 2015). Para los defensores de este modelo, el principal problema del enfoque de Maher es que no lograría discriminar entre personas que poseen anomalías perceptuales pero que nunca llegan a desarrollar delirios, de aquellos que sí terminan experimentando estados delirantes. Un segundo problema tiene que ver con el hecho de que, si los pacientes no poseen problemas en sus formas de razonar acerca de la experiencia, no es del todo claro por qué simplemente no rechazan el contenido de tales experiencias extrañas ante la evidencia en su contra (Coltheart, Langdon y Mckay 2011). Finalmente, tampoco es claro dentro del modelo de Maher por qué los delirios persisten en el tiempo, esto, porque si el delirio finalmente le da sentido a la experiencia aberrante, y la experiencia aberrante se extingue, el delirio no debería persistir; sin embargo, los delirios si suelen persistir. Ante todos estos problemas, los defensores del modelo de dos factores indican que un factor cognitivo – aparte del experiencial – es necesario para la producción de un delirio. Para algunos (Bentall et al. 2001), el segundo factor es un sesgo atribucional, esto es, una alteración en la forma en que los pacientes explican los eventos que ocurren en su vida cotidiana. Ya sea externalizando o internalizando, la exacerbación de cualquiera de estos patrones explicativos podría causar alteraciones en la forma en que se examina la evidencia experiencial en la vida de un paciente. Para otros, el segundo factor es un sesgo de razonamiento (tal como el salto a conclusiones, esto es, la tendencia a llegar a conclusiones sin considerar suficiente evidencia). Las versiones más populares del modelo de los dos factores tienden a apoyarse en esta última idea (Coltheart 2015). El modelo de dos factores ha sido criticado durante los últimos años por su bajo poder explicativo, esto, porque las diferencias en la existencia de sesgos cognitivos entre la población psicótica y los controles no parecen ser tan significativos como para fundamentar toda la propuesta (López-Silva y Cavieres, 2021). Por otra parte, se ha indicado que el modelo no parece ser capaz de explicar el delirio tal como es descrito en condiciones como la esquizofrenia, y, por lo tanto, su poder heurístico sería reducido (Sterzer et al. 2018; Corlett 2019)

Durante los últimos años se han desarrollados alternativas al problema etiológico basadas en la teoría del procesamiento predictivo la cual señala que el cerebro es una especie de “máquina de predicciones” (Friston 2012; Friston et al. 2016; Sterzer et al. 2018). La idea es que la organización funcional del cerebro se enfoca en creación de predicciones de las potenciales causas de los estímulos que recibe desde el exterior, esto, sobre la base de una representación de la realidad que ya posee. En este proceso, el cerebro compara sus predicciones con el origen de los estímulos que recibe; si existen faltas de coincidencia en este proceso, el cerebro intentará minimizar la incertidumbre mediante una rápida revisión del modelo del mundo del cual se derivan sus predicciones. Para los defensores de esta posición, esta denominada “minimización del error de predicción” se realiza mediante una lógica bayesiana en la medida en que las representaciones internas en el cerebro se actualizan en función de las entradas predichas anteriormente y las entradas nuevas (Sterzer et al. 2018; Corlett 2019). En el contexto específico del debate etiológico, y de forma muy resumida, síntomas positivos como las alucinaciones y los delirios se producirían como una forma en que el cerebro intentaría disminuir la incongruencia derivada de excesivos errores de predicción en pacientes psicóticos.

Al igual que las alternativas antes mencionadas, el enfoque predictivo del delirio no está libre de críticas. Por ejemplo, se ha indicado que apelar a la misma idea (error de predicción) para explicar la etiología de síntomas tan diferentes como alucinaciones y delirios sería, al menos, problemático; exactamente, por las importantes diferencias fenomenológicas que existen entre tales fenómenos (López-Silva y Cavieres 2023). Por otra parte, existen diversos síndromes que implican la presencia de alucinaciones, pero esto no va acompañado necesariamente de delirios. El modelo tampoco estaría en condiciones de explicar por qué los delirios persisten, si, exactamente, su emergencia es una forma de disminuir los errores de predicción en el cerebro (Miyazono, Bortolotti y Broome 2015). Si el delirio emerge por esta razón, y cumple el rol de neutralizar el error de predicción, no es claro por qué el delirio persiste incluso ante evidencia en su contra. Acá se esperaría que, una vez generado, el delirio no persistiese de la manera que lo hace, porque los errores de predicción que lo motivaron ya estarían supuestamente neutralizados. Ahora bien, el enfoque predictivo está siendo foco de especial atención dentro de la neuropsiquiatría actual, sin embargo, tanto sus fortalezas como debilidades siguen siendo tema de discusión.

4. El problema funcional: ¿qué rol cumple el delirio?

El estudio moderno del delirio ha intentado comprender el rol que este tipo de estado mental podría tener en la vida humana. Surge acá el denominado “problema funcional” del delirio, esto es, la pregunta acerca de si el delirio sería producido para atenuar ciertas consecuencias negativas de otros procesos en la mente humana, y, por lo tanto, si la producción de un delirio tendría algún beneficio incluso si su emergencia deriva de la alteración de ciertos mecanismos psicobiológicos anormales. Cuando Sigmund Freud intentó explicar el fenómeno delirante, el célebre psiquiatra austriaco sugeriría que el delirio se aplicaría como un “parche” sobre el lugar donde “originalmente una fractura ha aparecido en la relación entre el ego y el mundo externo” (1924/1981, p. 565). Una de las ideas detrás del enfoque psicoanalítico al síntoma psiquiátrico era que fenómenos tales como los delirios cumplirían un rol paliativo en la vida mental del sujeto, ya que permitirían al sujeto lidiar con experiencias traumáticas (comúnmente acarreadas desde la niñez). Ahora bien, con el auge de la psiquiatría de corte biológico, la idea freudiana sería reemplazada por una visión que entenderá al delirio, predominantemente, como el producto de distintos déficits en el cerebro (Insel y Cuthbert 2015). Como consecuencia, el delirio es comúnmente entendido en la actualidad como un estado aberrante que surgiría por el malfuncionamiento de la mente humana, y, por lo tanto, carente de un rol específico como tal. Sin embargo, durante años la tradición fenomenológica ha documentado la idea de que la experiencia delirante, sobre todo en esquizofrenia, estaría acompañada por una sensación de “finalmente saber” lo que le causaba extrañeza al paciente por mucho tiempo (el denominado insight psicótico). Existen registros que indican que la emergencia del delirio estaría acompañada por una especie de “alivio”, una disminución en la incertidumbre que caracteriza la experiencia del mundo de algunos pacientes antes de que se manifiesten completamente sus delirios. Esto, sin duda, abre la incógnita respecto de la existencia de elementos funcionales en el delirio.

Para algunos autores, los delirios poseerían un valor adaptativo desde un punto de vista psicológico (Bell 2000). El delirio se produciría con el fin de atenuar efectos psicológicos adversos de experiencias límite, por lo general, con alto componente afectivo y traumático. Por ejemplo, Richard Bentall ha elaborado un enfoque que indica que el delirio surge como una respuesta psicológica activa ante amenazas internas o externas a la integridad del sí-mismo (autoimagen, autoestima, etc.). Conservando algunas ideas del psicoanálisis, el autor indica que la mente adoptaría ciertos patrones de interpretación de la realidad que le permitirían lidiar con las consecuencias psicológicamente negativas de tales amenazas (Bentall, Kinderman y Kaney 1994; Bortolotti 2014). Para Bentall et al. (2001), los delirios surgen como una forma en que la mente lidia con conflictos que son abrumadores para los sujetos, ya que permitirían el manejo, procesamiento e incorporación de experiencias altamente negativas en sus vidas.

Por otra parte, en la literatura se tiende a indicar que estados mentales como las creencias podrían ser adaptativos desde un punto de vista biológico, si y solo si su adopción permite el aumento de las probabilidades de supervivencia y reproducción de la especie para un sujeto (McKay y Dennett 2009). Varios autores han señalado que, desde este punto de vista, los delirios no poseerían una función adaptativa, incluso si poseen un rol paliativo desde el punto de vista psicológico. La principal razón es que, al ser falsos, los delirios no permitirían un acercamiento eficiente – y por lo tanto adaptativo – a la realidad. Las creencias que favorecerían la adaptación, serían aquellas que, primordialmente, son verdaderas. Sin embargo, existen propuestas que están siendo actualmente desarrolladas que indican que, aunque es cierto que los delirios se producen por déficits multinivel (cognitivos, afectivos, perceptuales, neuronales, etc.), la mente estaría diseñada para reducir los daños de tales fallas, lo cual hace posible esbozar la idea de un enfoque basado en el déficit que conserve la idea paliativa de los delirios (Mishara y Corlett 2009). La idea principal es que la evolución no se preocupa de qué tan verdaderas son nuestras creencias o no, sino que su foco principal es la supervivencia. Por lo tanto, la mente humana podría sacrificar ese elemento con el fin de sobrevivir en circunstancias límites. Tomando en cuenta la evidencia fenomenológica antes descrita, la idea de que los delirios podrían expresar un rasgo biológicamente adaptativo podría ser consistente con los enfoques neuropsiquiátricos antes descritos. La existencia de un reordenamiento de la realidad del paciente luego de la adopción del delirio ha sido sugerida como una forma en que la mente humana podría lograr un acercamiento “mínimamente” adaptativo ante circunstancias abrumadoras (López-Silva 2023), lo que permitiría formas más eficientes de buscar ayuda.  En la misma línea, Garson (2023) ha sugerido la existencia de una teleología en la locura, lo que implicaría que síntomas como los delirios serían estrategias diseñadas por la evolución para sobrellevar circunstancias que podrían poner en peligro la vida de un organismo. En otras palabras, existiría un propósito evolutivo en los delirios. Sin duda, esto es un proyecto de investigación que necesita ser profundizado por la importancia que podría tener para generar herramientas psicoterapéuticas más focalizadas y contextualizadas.

5. Conclusión

El delirio se ha constituido en uno de los fenómenos más interesantes para la filosofía de la psiquiatría durante los últimos años. Ciertamente, el delirio atrae nuestra atención por sus características clínicas y fenomenológicas. Sin embargo, el delirio también abre una ventana para comprender las profundidades y complejidades de las formas en que la mente humana funciona. Por ejemplo, si el delirio es un tipo de creencia ¿qué podemos aprender de las creencias cuando miramos los delirios? Si las creencias pueden ser racionalmente justificadas ¿tiene el delirio su propia racionalidad? ¿Cómo es el yo del sujeto que experimenta un delirio? ¿Cómo es posible que sujetos experimenten que sus cuerpos se sientan controlados o que agentes externos introduzcan ideas en sus mentes? Ciertamente existen miles de otras preguntas que surgen al intentar entender el delirio, sin embargo, en esta entrada solo nos hemos enfocado en tres de ellas. Así, esta entrada no pretender agotar el tema, muy por el contrario, es un ejercicio para motivar la apertura de una ventana a uno de los fenómenos más complejos de la mente humana, que permite la conexión entre filosofía y una serie de otras disciplinas aplicadas en ciencias naturales y sociales.

Pablo López-Silva
(Universidad de Valparaíso)

Referencias

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  • Ruiz-Pérez, G. (2022). Delirio como creencia. Culturas científicas, 3(2), 78-108.
  • Vilatta, E. (2021). Atribución de creencias e irracionalidad: el caso de los delirios. Discusiones filosóficas, 21(39), 15-34.

Recursos en línea

  • Bortolotti, Lisa, “Delusion“, The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Summer 2022 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL = <https://plato.stanford.edu/archives/sum2022/entries/delusion/>.
  • Understanding psychosis”, National Institute of Mental Health.

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López-Silva, Pablo (2023): “Delirio”, Enciclopedia de la Sociedad Española de Filosofía Analítica (URL: http://www.sefaweb.es/delirio/).

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