Objetos ficticios y términos de ficción

1. Introducción

Esta entrada ofrece una revisión de las contribuciones recientes (más o menos en la última década) a nuestra comprensión de cómo los nombres y otras expresiones de referencia funcionan en el discurso relativo a las ficciones, y las preocupaciones filosóficas que suscitan. Las propuestas sobre la semántica de las expresiones de referencia en el discurso de la ficción suelen ir acompañadas de tesis metafísicas sobre la ontología de los personajes y objetos de ficción, que por ello también nos ocuparán en los siguientes párrafos. Naturalmente, no debemos confundir unas y otras cuestiones; muchos objetos y personajes que pueblan las ficciones no son designados, ni en ellas ni fuera de ellas. Mas para bien o para mal la filosofía contemporánea trata ambas cuestiones simultáneamente. No se abordará tampoco aquí la distinción entre ficción y no ficción, que simplemente daremos por supuesta; el lector puede ver a este respecto el artículo “Ficción (teorías de)” de M. J. Alcaraz y F. Pérez en esta misma enciclopedia.

Comenzaré por circunscribir nuestro tema. Supongamos que una aseveración es lo que se hace por defecto mediante el uso de oraciones declarativas: “en el lenguaje natural, las oraciones declarativas se usan por defecto para hacer afirmaciones” (Williamson, 1996, p. 258). Es una característica de las aseveraciones que las evaluamos como correctas o no en función de si son verdaderas. Examinemos así tres tipos de usos a primera vista asertivos hechos con oraciones declarativas en discursos que involucran ficciones:

(1, textual) Cuando Gregor Samsa despertó, se encontró convertido en un monstruoso  insecto.

(2, paratextual) De acuerdo con la Metamorfosis, cuando Gregor Samsa despertó, se encontró convertido en un monstruoso insecto.

(3, metatextual) Gregor Samsa es un personaje de ficción creado por Kafka.

Consideremos primero una proferencia de (1) por Kafka, como parte de la proferencia más larga por él mismo del discurso completo que, con una cierta idealización, podemos pensar constituye el acto de presentar su “escultura hecha de palabras” (Alward, 2010) Metamorfosis para que la disfrutemos. Siguiendo a Currie (1990), entiendo que tales actos son actos de habla propiamente dichos, con fuerza y contenido específicos, que él denomina ‘fiction-making’, hacer fictivo en mi terminología (García-Carpintero 2016). Esto es objeto de controversia; Gale (1971), Searle (1974/5), Walton (1990), Alward (2009, 2010) y Friend (2012), entre otros, los entienden – dicho de la manera en que lo formula Green (2017, p. 54) – como meros actos de hablar: quizás actos de simular hacer algo, desprovistos de los objetivos representativos que caracterizan los actos de habla. García-Carpintero (2019a, 2019b) defiende la opinión de Currie, examinando críticamente los argumentos de estos filósofos. Este uso del discurso declarativo fictivo, que llamaré textual, se distingue por el hecho de que sus preferencias no son intuitivamente evaluables en función de si son verdaderas o falsas. ‘Gregor Samsa’, diríamos intuitivamente, no hace en realidad referencia a nada; dado esto, una afirmación de (1) intuitivamente no sería verdadera, y por lo tanto sería incorrecta. Sin embargo, no consideramos intuitivamente plausible criticar a Kafka a este respecto. En este sentido, los usos textuales del discurso declarativo ficticio no se cuentan intuitivamente como afirmaciones. Tomo de Bonomi (2008) el término ‘textual’, así como sus variantes para los otros dos usos. Ninan (2017, p. 69) los llama ‘diktats autoriales’, lo que es quizás más adecuado para el discurso textual, pero en conjunto prefiero las etiquetas de Bonomi. Gale (1971, p. 333) ya señalaba la distinción entre usos textuales y paratextuales, así como la relación entre el uso paratextual de (1) y (2).

Los otros dos tipos difieren en que intuitivamente sí parecen ser evaluables en función de si son verdaderos o falsos y, por lo tanto, son en principio buenos candidatos a ser aseveraciones. Hay, en primer lugar, el uso de oraciones como (1) cuando informamos con ellas de lo que sucede en una obra de ficción, es decir, de la naturaleza del mundo fictivo que presenta a nuestra imaginación, de su trama. Llamaré paratextual a este uso de las proferencias para enunciar la trama de una obra; de acuerdo con Lewis (1978) y otros, en este uso la proferencia de (1) es simplemente una elipsis de otras intuitivamente equivalentes en contenido como (2), que por ese motivo también consideraré paratextuales. Los lectores de Metamorfosis contarían (1) en tal uso como verdadera, como lo harían con (2), y como falsos los resultados de sustituir ‘insecto’ por ‘rata’ en ellas. Finalmente, llamaré al uso de oraciones tales como (3) metatextual; son intuitivamente evaluables como verdaderas o falsas, pero no son informes del contenido de una ficción, ya que no son equivalentes a las descripciones explícitas como (2).

Sawyer (2012, p. 153) articula un objetivo principal que los filósofos perseguimos al investigar términos como ‘Gregor Samsa’ en (1) – (3), o otras expresiones de referencia en las ficciones, como por ejemplo deícticos tales como ‘él’, ‘yo’ o ‘tú’, cuando se entiende intuitivamente que designan personajes igualmente inexistentes: “dar cuenta de los fenómenos aparentes de significado, referencia y verdad en el contexto específico de oraciones que contienen nombres que no refieren, ya sea acomodando las intuiciones relevantes o explicándolas”. Sawyer ofrece estos detalles sobre esos tres fenómenos, en el mismo orden: (i) “entendemos oraciones que contienen nombres vacíos, y por lo tanto parecen ser significativas”, por ejemplo (1) en sus dos usos; (ii) “algunos nombres vacíos parecen nombrar al mismo individuo y, por lo tanto, ser correferenciales”, por ejemplo, ‘Santa Claus’ y ‘Papá Noel’, o ‘Samsa’ en un ejemplo de Friend (2011), usado respectivamente por Nabokov y por un crítico para atribuir diferente naturaleza al insecto en que se convierte el personaje; y (iii) “algunas oraciones que contienen nombres vacíos parecen ser claramente verdaderas”, como nuestros ejemplos de uso paratextual y metatextual.

Mi objetivo es ofrecer una revisión de contribuciones en las dos últimas décadas a nuestra comprensión de cómo los nombres y otras expresiones referenciales funcionan en usos textuales, paratextuales y metatextuales, abordando las preocupaciones filosóficas que menciona Sawyer. Discutir cuestiones sobre la semántica de las expresiones de referencia en el discurso fictivo inevitablemente nos lleva a examinar las teorías metafísicas sobre la ontología de los personajes de ficción, por lo que esto también será objeto de atención en las siguientes páginas. Relacionaré mi presentación de contribuciones recientes sobre estos asuntos con las propuestas clásicas más influyentes, que, en mi estimación, son Kripke (2013, basado en conferencias impartidas en 1973), Lewis (1978), Walton (1990) y Currie (1990)), pero no entraré en detalles sobre las mismas; éstas ya han sido revisadas en otros artículos que los lectores pueden consultar – v. Friend (2007), García-Carpintero (2010a), Sawyer (2012), Kroon y Voltolini (2016).

En la sección siguiente, §2, presentaré análisis uniformes de expresiones referenciales en los tres tipos de discurso ficticio, discutiré algunas motivaciones para las mismas y algunas propuestas ilustrativas. En §3 haré lo propio con propuestas no uniformes. Me centraré en el caso de los nombres propios, pero confío que lo que diré se puede extender fácilmente a otros casos, como deícticos, o incluso los usos referenciales de descripciones definidas e indefinidas. La semántica formal para cada uno de estos casos diferiría sustancialmente, pero aquí no abordaré esta cuestión, más allá de ofrecer algunas referencias. La semántica formal es ahora una disciplina autónoma, con sus propias preocupaciones, metodologías y suposiciones teóricas.

2. Explicaciones uniformes

Las propuestas uniformes ofrecen una explicación similar para los términos de ficción en nuestros tres tipos de uso. Existen dos propuestas contrapuestas, realismo e irrealismo, inspiradas la primera en los usos metatextuales y la segunda en los textuales. Comenzaré por el realismo.

Kripke (2013) argumenta que una caracterización adecuada de los usos metatextuales requiere interpretar nombres como ‘Gregor Samsa’ en ellos como refiriéndose a entidades ficticias. Van Inwagen (1977) proporciona un influyente argumento quineano para tal realismo sobre las entidades ficticias. El argumento se basa en la cuantificación sobre, y la referencia a, tales entidades en el discurso a primera vista serio, evaluable como verdadero o falso, constituido por usos metatextuales como el de (3) en contextos de crítica literaria. La introducción de los editores en Brock & Everett (2015) ofrece un excelente resumen de este y otros argumentos a favor y en contra del realismo sobre los personajes de ficción. Tales ficta pueden ser entendidos como entidades meinongianas, concretas pero no existentes (Priest, 2011), u objetos meramente posibles, concretos pero no reales (Lewis, 1978) o (como prefieren Kripke y van Inwagen) entidades abstractas realmente existentes, quizás platónicas, atemporales, como en Wolterstorff (1980) y Currie (1990), o más bien artefactos creados, con duración temporal, como en Salmon (1998), Thomasson (1999, 2003) o Schiffer (2003). Kroon & Voltolini (2016) ofrecen una útil exploración de estas alternativas.

Cabe entonces invocar estas entidades ficticias para dar cuenta de los usos textuales y paratextuales. Ludlow (2006) parece proponer esta idea cuando sostiene que en los usos textuales los predicados como ‘es un vampiro’ adquieren un sentido extendido en el que se aplican verdadera y literalmente a los objetos que representan a los vampiros en una ficción, como los actores que interpretan papeles de vampiro en Buffy, la cazavampiros (1992). Ludlow no dice qué corresponde a tales objetos en las ficciones verbales, pero si los entendemos como las representaciones a las que se refieren los nombres ficticios en el discurso metatextual según la teoría realista no uniforme de Walters que se presenta en la sección siguiente, la propuesta resultante es una extensión natural de la misma al discurso textual. El propio Walters rechaza los análisis uniformes por los siguientes motivos (comunicación personal): (i) es difícil creer que los autores se refieren a tales objetos; (ii) parece mejor pensar que en los usos textuales se llevan a cabo actos de fingir de dicto, no de re (Salmon 1998, 316), y (iii) necesitamos usos vacíos de todos modos, para dar cuenta de los enunciados negativos de existencia verdaderos (ver abajo).

Aunque no la abraza explícitamente, también es natural atribuir esta concepción a Manning (2014); pues argumenta que los nombres ficticios sí tienen referencia en los usos textuales, a algo muy parecido a las representaciones de Walters, entendidas como objetos creados socialmente. Las propuestas contextualistas de Predelli (1997), Recanati (2000, pp. 213-226), Reimer (2005) y Voltolini (2006) son análogas. El contexto en el que se pronuncia ‘La batalla ocurrió aquí’ podría requerir que evaluemos la afirmación no con respecto al lugar en el que se usa la expresión, sino con respecto a otro lugar proporcionado contextualmente, por ejemplo apuntando a un mapa. Según los autores mencionados, el contexto de los usos textuales y paratextuales de (1) nos lleva igualmente a evaluar su verdad no respecto del mundo real, sino de uno contrafáctico o imaginario, el mundo de la ficción. Predelli (1997) sólo considera ejemplos que involucran nombres reales, pero extiende la visión a casos que involucran nombres ficticios, argumentando que se refieren a ficta – existentes creados a partir de abstractos reales (Predelli, 2002). Martinich & Stroll (2007) defiende una concepción análoga de los usos textuales. A diferencia de las propuestas que acabamos de mencionar, ellos consideran que los nombres vacíos sí carecen de referencia, pero defienden que esto no impide que esos usos puedan ser verdaderos. Proponen para ello una concepción realizativa de los actos del autor, capaces de constituir hechos institucionales que hacen verdaderas sus afirmaciones.

Tiedke (2011) ofrece una propuesta análoga. No distingue entre usos textuales y paratextuales de (1), aunque parece tener en mente estos últimos, pues quiere asignar a las frases una semántica tal que sean literalmente verdaderas (en el caso de (1)) o falsas (si reemplazamos en ella ‘insecto’ por ‘rata’). Para ello, afirma que los nombres obtienen sus valores semánticos en relación con algo así como los bautismos de Kripke (1980). Sostiene también que, mientras que en los bautismos ordinarios se asignan referentes a los nombres, en los casos ficticios se asocian a un conjunto de propiedades; intuitivamente, las que se atribuyen en la ficción al personaje en cuestión. La predicación se toma como ambigua entre el sentido ordinario en el caso referencial, y otra en la que una frase simple es verdadera si la propiedad predicada se encuentra entre las del conjunto asignado como valor semántico al nombre en el correspondiente bautismo (op. cit., pp. 718-20). Esto me parece una variante notacional de las visiones realistas en las que los nombres ficticios se refieren uniformemente a entidades abstractas individuadas por las propiedades asignadas a los personajes en la ficción, como en los trabajos de Wolterstorff (1980) o Currie (1990). Al igual que Tiedke, estos puntos de vista realistas deben suponer una ambigüedad en la predicación, como explico enseguida.

Es debido a puntos de vista como estos que sólo describí los usos textuales cuando los introduje diciendo que “no son intuitivamente evaluables en función de si son verdaderos o falsos”; pues las teorías que acabamos de bosquejar sostienen que las oraciones declarativas en los usos textuales hacen aseveraciones, susceptibles de ser evaluadas como verdaderas o falsas, y que algunas – (1) – lo son. También soslayan el problema que las expresiones referenciales vacías plantean a la verdad intuitiva de los usos paratextuales de (1) y (2), de la manera que explican la verdad de (3): simplemente negando la suposición de que los nombres son vacíos. Sin embargo, cuando se trata de contar como verdaderos usos textuales y paratextuales, las cosas no son tan sencillas. La razón es que, mientras que las entidades que los realistas postulan ejemplifican las propiedades predicadas de ellas en usos metatextuales como (3), esto no es tan claro en esos otros casos; porque tales entidades no pueden ser fácilmente tomadas como el tipo de cosas capaces de despertarse o irse a dormir. Estas capacidades parecen requerir tener poderes causales (de los que parecen carecer los objetos abstractos, creados o platónicos), y por lo tanto existencia real (de la que carecen las meras posibilidades y los objetos meinongianos).

Los realistas afrontan este problema distinguiendo entre dos tipos de propiedades o dos tipos de predicación. En este último caso, a mi juicio la propuesta mejor desarrollada y explorada, el realista diría que la combinación sujeto-predicado en (1) no significa que el referente del sujeto-término realmente instancie la propiedad expresada por el predicado, sino simplemente que tal propiedad se le atribuye en alguna ficción. Como dije antes, en su marco no claramente realista, Tiedke (2011) propugna algo similar: una oración es verdadera si la propiedad predicada se encuentra entre las del conjunto asignado como valor semántico al nombre ficticio en el correspondiente bautismo, que consta de las propiedades atribuidas al personaje en la ficción. Esto suscita la cuestión, ¿cómo atribuyen las ficciones esas propiedades, dado que típicamente ni sus creadores ni sus audiencias tienen un conocimiento articulado del tipo de objeto propuesto por las teorías realistas, ni de los dos sentidos de predicación que estas teorías postulan? Esta era la primera objeción de Walters a las propuestas uniformes, mencionada arriba; en la siguiente sección presentaré como su propia propuesta ofrece una línea de respuesta plausible.

La obviedad intuitiva de los enunciados negativos de existencia que involucran nombres ficticios (‘Samsa no existe’) cuenta en contra de los puntos de vista realistas no meinongianos, como insiste Everett (2007, 2013, cap. 7). Walters (ms) señala que, por el contrario, es fácil ofrecer una explicación semántica de su verdad, asumiendo que los nombres son vacíos junto a una lógica libre de presupuestos existenciales adecuada. Los realistas no meinongianos suelen afrontar el problema postulando que en estos enunciados ‘existir’ tiene un significado más restringido, quizás ser concreto (Thomasson, 1999), o los nombres se usan metalingüísticamente, para decir algo como ‘‘Samsa’ no designa un humano’ (Thomasson, 2003).

Everett (2005, 2013, cap. 8) también ofrece un buen desarrollo de preocupaciones bien conocidas sobre la indeterminación de los objetos postulados por el realismo ficticio, haciéndose eco de la acusación de Quine (1948, p. 23): “¿Son el mismo hombre posible el posible hombre gordo en el umbral de esa puerta y el posible hombre calvo allí, o dos hombres posibles diferentes? ¿Cómo lo decidimos? ¿Cuántos hombres hay en ese umbral? ¿Hay más delgados que gordos? ¿Cuántos de ellos son iguales?” Everett (2013, cap. 7) y Sainsbury (2010, cap. 3 y 4) articulan problemas análogos para las alternativas meinongiana y posibilista. Bueno & Zalta (2017, pp. 761-4) argumentan de manera convincente que este es uno de los problemas más serios para las versiones contemporáneas del meinongianismo.

Cuando comenzamos considerando los usos metatextuales, damos en pensar que (1)-(3) incluyen de manera uniforme nombres con referencia, y hacen uniformemente aseveraciones. Comenzar considerando los usos textuales conduce por contra a una concepción uniformemente irrealista. Cuando la creadora de una obra de ficción utiliza frases declarativas como (1), o cuando utiliza frases de otro tipo, no suponemos intuitivamente que realiza los actos de habla que normalmente se realizan con tales oraciones en contextos normales. En tales casos, intuitivamente las oraciones se utilizan como lo hacen los actores en el escenario: al igual que no necesitan estar bebiendo whisky, sino que simplemente fingen beberlo, no las evaluamos invocando ninguna norma que aplicaríamos a usos que no fueran fingidos.

Ahora bien, si las aseveraciones aparentes son meramente fingidas, lo mismo podría aplicarse a los actos de referencia auxiliares aparentes; y de esta manera se abre una vía para dar cuenta de tales usos sin necesidad de proponer referentes reales para términos singulares ficticios. Walton (1990) ha proporcionado una explicación muy sofisticada y merecidamente influyente de los usos textuales en esa línea, que luego extiende para tratar tanto los usos paratextuales como los metatextuales; Everett (2013) ofrece una elaboración esclarecedora y muy precisa del programa de Walton. Mas como sucedía con la propuesta uniforme realista, la extensión del caso en que el enfoque irrealista resulta muy razonable – los usos textuales – no es muy convincente aquí, porque no parece haber fingimiento alguno en las aseveraciones paratextuales y metatextuales.

3. Explicaciones no uniformes

Intuitivamente, la mejor opción sería por tanto combinar el realismo ficticio para usos metatextuales, como en (3), con un análisis de los usos textuales de oraciones como (1) como fingimiento; esta es la sugerencia pluralista polisémica de Kripke (2013), en la que nombres ficticios como ‘Gregor Samsa’ tienen un uso fingido, en (1), y uno serio en (3). Sin embargo, además de la complejidad resultante (a la que objetan los autores que favorecen las explicaciones uniformes, cf. Maier (2017, p. 3)), los usos paratextuales – en particular, las atribuciones como (2) – ocupan un terreno intermedio problemático para este tratamiento ecuménico. Además, como Everett (2013, pp. 163-178) enfatiza, hay muchos casos mixtos como el de (4) a continuación, en que a lo que sea que ‘Gregor Samsa’ designe se le atribuyen propiedades tanto desde la perspectiva interna propia de los usos paratextuales, como también (en el comentario incrustado) desde un punto de vista externo, metatextual:

(4) Al comienzo de La metamorfosis, Gregor Samsa – un alter ego emocional de sí mismo creado por Kafka en su novela más conocida – se ve transformado en un gran insecto.

Everett toma este dato como una buena razón para extender la explicación del fingimiento a los usos paratextuales y metatextuales. Esto, sin embargo, no ofrece una explicación obvia de los enunciados de existencia negativos como ‘Samsa no existe’; y queda la impresión intuitiva de que (1) en los usos paratextuales, (2), (3) y (4) hacen aseveraciones verdaderas.

Walters (ms) ofrece una defensa convincente del pluralismo kripkeano para los nombres, combinada con una visión artefactualista de los referentes de algunos de esos nombres, desarrollando ideas también propuestas por Everett y Schroeder (2015). En contra del millianismo (la teoría según la cual el significado de los nombres propios se agota en sus referentes), Walters asume que los nombres vacíos son significativos, y extiende a los usos paratextuales un análisis Waltoniano de los usos textuales de (1) como fingimientos. Mas en contra de Walton (1990) y Everett (2013), Walters trata como aseveraciones usos como (2), en los que los nombres ficticios están, sin embargo, vacíos; asume para ello un análisis semántico no Milliano de las atribuciones de actitudes proposicionales, aunque concede a los teóricos del fingimiento que es el uso paratextual meramente fingido de (1) lo que fundamenta aseveraciones como (2), y los nombres vacíos en ellas. En los usos metatextuales, sin embargo, encontramos (según él) una forma no vacía del nombre vacío que ocurre en esos otros usos. En tales usos no vacíos, el nombre refiere a una representación: intuitivamente, la representación (creada) de Samsa que forma parte de la representación de los acontecimientos ficticios representados en La Metamorfosis de Kafka. Walters explica casos mixtos como (4) sugiriendo que involucran una forma de polisemia metonímicamente inducida, bien estudiada independientemente, como cuando aplicamos directamente ‘león’ a una representación de lo que, literalmente, no es un león, como por ejemplo una escultura de un león; porque también encontramos análogos casos mixtos en esos casos. Así, un escultor puede decir esto de una de sus creaciones:

(5) Ese león es la mejor escultura que he hecho este mes; es tan feroz como el que vimos ayer en el zoológico.

En trabajos anteriores he defendido un conjunto similar de ideas, asumiendo una ideología filosófica ligeramente diferente. Al igual que Walters, he sostenido que ningún análisis adecuado en términos de fingimientos puede ser felizmente combinado con puntos de vista millianos sobre la referencia singular, como quieren hacer Walton (1990) y Everett (2013). Esto no es sólo por las razones sugeridas por Walters; más fundamentalmente, necesitamos explicar cómo el contenido semántico de (1) contribuye a determinar el contenido que el creador de la ficción propone que los lectores imaginen o simulen creer (García-Carpintero,  2010a, pp. 286-7; 2018a, §4). Suponiendo mi versión de una teoría no milliana, descriptivista de los nombres y otras expresiones referenciales (García-Carpintero, 2000, 2018b), he defendido lo que considero una forma de irrealismo para el discurso metatextual: una versión de la teoría figuralista de la ficción de Yablo (2001), en la que el aparato semántico referencial (expresiones referenciales tales como nombres y deícticos, cuantificadores que generalizan las posiciones que ocupan, expresiones para la identidad) se utiliza metafóricamente en usos como (3), invocando la figura del habla llamada hipostatización (García-Carpintero, 2010b). Se trata de una metáfora “muerta” – una que ha pasado al significado convencional de la expresión, como ‘tragarse un cajero automático una tarjeta’ – por lo que, a diferencia de las propuestas de Walton y Everett, según este punto de vista las proferencias del discurso metatextual son aseveraciones literales, verdaderas o falsas.

Esto podría sugerir que el análisis es, después de todo, realista, comprometido con referentes de algún tipo para términos singulares en el discurso metatextual; pero no lo creo así. Se podría seguir a Brock (2002) y afirmar que el contenido literal que aparentemente implica el compromiso con entidades ficticias está en realidad en la línea de (2): uno sobre lo que es verdad según un fingimiento – el fingimiento de que alguna teoría realista es cierta. Mi línea preferida, sin embargo, sigue el reciente desarrollo de los puntos de vista de Yablo (2014), articulando la noción de que la verdad de las proferencias metatextuales que incluyen nombres ficticios y sus generalizaciones no nos comprometen realmente con la existencia de personajes ficticios; ya que esto es simplemente una suposición fingida y, cuando analizamos de qué tratan realmente (los hechos que confieren su verdad a las aseveraciones que hacemos con ellos), no encontramos los referentes a que parecen remitir. Encontramos en cambio las “ideas de personajes ficticios” de Everett & Schroeder (2015), o las representaciones de los mismos en las ficciones de Walters (ms). Mi análisis preferido tiene, por lo tanto, similitudes significativas con la teoría artefactualista de Walters. Interpretamos (2), (3), y (4) como haciendo aseveraciones genuinas, cuya verdad se basa en los fingimientos asociados a usos textuales y paratextuales de (1).

Hemos revisado en esta entrada propuestas recientes sobre los nombres usados en el discurso relativo a la ficción y sus posibles referentes. Hemos distinguidos tres tipos de discursos relativos a la ficción. Hemos examinado las propuestas uniformes, por un lado las teorías realistas que suponen que en los tres tipos de discurso se hacen aseveraciones, y se hace para ello referencia a objetos exóticos, y por otro las teorías irrealistas que sostienen que en esos discursos las oraciones declarativas, uniformemente, no hacen aseveraciones, sino que meramente se finge con ellas hacerlas, y se finge hacer referencia con los términos referenciales que contienen. Hemos concluido examinando algunas propuestas no-uniformes, intuitivamente más razonables, que sostienen uno u otro de esos puntos de vista para diferentes tipos de discurso fictivo.

Manuel García-Carpintero
(BIAP/LOGOS/Departament de Filosofia, Universitat de Barcelona)

Agradecimientos Agradezco sus comentarios a Marta Campdelacreu, Daniela Glavaničová, Ignacio Vicario y Lee Walters. El artículo es mi propia traducción de una parte de mi trabajo “State of the Art: Semantics of Fictional Terms”, Teorema 2020; agradezco a Luis Valdés el permiso para publicarlo.

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Cómo citar esta entrada

García-Carpintero, Manuel (2019): “Objetos ficticios y términos de ficción”, Enciclopedia de la Sociedad Española de Filosofía Analítica (URL: http://www.sefaweb.es/objetos-ficticios-y-terminos-de-ficcion/).

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